Pensamientos nocturnos y cosas por el estilo. Javier/Bipolar/SaberQueSexual pero sexual/Causipoeta
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No quiero tu permiso ni el de nadie para pasármela bien.
Que mi hedonismo sea un acto anarquista y revolucionario.
Soy una constelación de momentos tristes
De besos sinápticos, con los labios divididos por espacios que no podian cerrarse.
Solo un intercambio de aliento en la oscuridad.
El equivalente a dos personas soñandose mutuamente en la misma habitación, quizá hasta en la misma cama, soñandose con los ojos abiertos, soñandose hablando dormidos, soñandose en pleno sonambulismo, soñandose y no pudiendo despertarse para hacer los sueños realidad.
El frío es la ausencia de calor de la misma forma en que mi nombre es la ausencia de la permanencia.
Mi nombre es el sinonimo de temporal.
Se escribe con P de: Pudimos vivir tantísimo más juntos pero tenía que marcharme.
Fuiste un remolino de viento en medio de una caminata de verano.
El sereno frío de una mañana neblinosa y la primer estocada de dolor de una aguja de tatuador . El primer sorbo de café después de una noche de insomnio.
Fuiste un Extended play a medio camino para ser album de estudio. Un interludio en la obra maestra de Dios en mi vida.
Fuiste un beso de mi madre al despertar por la mañana.
Tuviste la magia de todo lo breve y limitado. Demasiado sucinto para llegar a hacerme sufrir.
Solo puedo recordarte como un cortometraje de felicidad en mi compendio fílmico autobiográfico.
Epitáfios
Tengo que disculparme, supongo, por mis ausencias programadas. Por esos periodos de tristeza gris ceniza que son parte del ciclo normal de mi deambular emocional. Esa tristeza gris que se aglomera como neblina espesa que forma nubes, que pasan de difuminar mi silueta a desaparecerla, para luego formar bloques imaginarios pero tangibles. Que te dejan saber que sigo ahí pero en un plano existencial paralelo al tuyo.
Esa sensación de estar rodeado de una burbuja de cristal se ha vuelto cotidiana como la náusea después de ingerir mis medicamentos o el escozor del aire frío en mis narinas por la mañana.
Es como ver un documental en sentido inverso. Los veo viéndome, los escucho comentando, pero se que si me estirará e intentará romper la cuarta pared está no cedería ni al impacto de todo mi cuerpo y tan solo sentiría el crujir de todos mis huesos al fragmentarse con el contundente golpe contra ese muro virtual que me aísla de todos los demás.
Te juro que no he quemado ningún puente. Es solo que el caos de mi mente y está maldición, que mi psiquiatra llama trastorno, dinamitan cualquier estructura que me conecte con alguien más.
No es que me culpe de toda la lista de despedidas, ya sea a gritos o con silencio. Pero no puedo negar que el amarme parece ser corrosivo como la sal.
He sido para muchos trinchera en tiempos de guerra o refugio en tiempos de invierno. Chaleco salvavidas en sus naufragios o cápsula de escape en sus catástrofes. He sido muchas veces el papel secundario en la obra de alguien mas, ese secundario con una sentencia de muerte y capitulos contados en la novela.
Con todos estos lazos rotos por los años tuve que construir un cementerio en mi corazon, donde entierro las osamentas de cada uno de mis vinculos putrefactos. Lo visito a diario y jamás he dejado de ponerle flores a todos los mausoleos. Es que de alguna forma ninguno de ustedes ha dejado de ocupar espacio en mi memoria. Ninguno de ustedes me ha abandonado del todo. Aún hay una parte espectral y eternamente embalsamada de todos los que he amado conservada en mi.
Todavía siguen aquí. Todos siguen aquí. Eso solo hace a la ausencia más terrible.
-Apollo Pontifice-
Quizá si pudiera
desarmar mi historia
Y reordenar el mosaico
De todos mis traumas
Encontraría el trayecto
Que discurre desde la locura
Pasa por el genio
Y llega al éxito
Solia tomar cualquier objeto plano a su alcance para marcar las páginas leídas de sus libros, pues cambiaba tan seguido de lecturas como de carácter, desde poesia cruel que mata fulminante hasta novelas perversas que lo hacen lentamente.
Te extraño tanto
Que no quiero que vuelvas
Nunca mas
A los 21 le rogaba al mundo llegar a los 23. Lo rogaba. Como si fuera una meta imposible y como si la vida fuese a ser más fácil después. Los 22 fueron para probarme a mi mismo que podía ser mas mio que de alguien más y los 23 fueron para volverme a equivocar y desatar a la peor versión de mi software que ha existido.
El Javier de 22 no soportaría al de 24, se enamoraría del de 25, mataría al de 26 y sentiría pena del de 27.
El Javier de 24 tuvo esperanza, el de 25 tuvo dudas, el de 26 decepciones y el de 27 soledad.
Que terrible es la nostalgia cuando estás seguro de que no haces falta.
La irreprocidad emocional es un tipo diferente de herida que no deja de doler, solamente se aprende a vivir con ello. Cómo una quemadura incandescente. Que no te odie quien odias, que no te ame quien amas y lo peor de todo: que no te extrañe a quien te hace tanta falta.
Que extraño tener 27 cuando pensé que moriría antes de los 23. Aunque esta perenne sensacion de muerte, frío y entumecimiento va creciendo con los días.
Pero sigo muerto.
Quiza si morí a los 23.
Quizá soy un fantasma.
Quizá solo necesito un exorcismo, un club de rezadoras católicas con sus rosarios y una esquela circulando en historias de Instagram para terminar de desprenderme de la vida.
Quizá sigo,
Pero sigo muerto.
*El diablo toco la puerta*
Debo confesar que si sentí la punzada dolorosa con tu partida, fría y localizada, pero está vez la cuchilla no se forjo con ausencia, fue forjada con el final del juego que no quería abandonar. La partida que disfrute desde el inicio, que me permitió desplegar todas mis piezas en el tablero. Se adelantó el final con un golpe fugaz, con un descuido. Cuando te marchaste y el punzante dolor cedio, no hubo espacio para la ausencia, solo para un incómodo aburrimiento. Estábamos en la habitación mi aburrimiento, mi diablo y yo. Siempre he seguido las enseñanzas de mi mentor platónico, Oscar Finegan Wilde, cuando dijo "lo único peor que hablen mal de uno, es que no tengan absolutamente nada que decir".
Lealtad al carácter le quiero llamar, al talento de saber representar el papel que te toca en cada etapa de la vida y amar hacerlo. A todos nós llega el turno de ser el villano en la historia de alguien más y yo quiero ser un villano memorable. Con motivos, con principios, con un carisma que te lleva a amar odiarlos. Quiero ser un villano tan espectacular que lo único que quede al final de mi venganza sea mi perfecto acto de redención para convertirme, no nuevamente en el héroe caído que un día fue, sino en el antiheroe perfectamente balanceado entre la nobleza de su cruzada angelical y sus propios demonios internos.
Ya fui en la vida refugio de invierno y la experiencia solo me dejó con muros desgastados y las puertas agrietadas. Vacío y lleno de escarcha.
Ya fui en la vida terapeuta de rotos y descosidos, y la experiencia me dejo con los hilos halados y el esqueleto fracturado.
Ya fui en la vida cementerio abnegado y la experiencia me dejo lleno de tumbas olvidadas que ya solo yo visito y mausoleos decorados con ramos de flores marchitas.
Por eso, está vez, cuando el diablo toco la puerta, le abrí sin titubear, lo senté en el sofá y le servi un te frío, para el calor tan infernal. Comenzamos a conversar, mi diablo y yo, sobre la entropia que recorre mis venas, la paz que añora mi corazón y negociamos armonía para finalmente dejarme llegar a ser el ángel de alas negras que siempre ha estado destinado a ocupar el reflejo de mi alma.
Éramos como adolescentes, culpando a los demás por no entender los sentimientos de los que nunca nos atrevimos a hablar. Éramos como ancianos, viendo en las nubes la silueta de momentos muertos y en la lluvia los reflejos de una vida que jamás llegaríamos a tener.
Realmente éramos atemporales, con una mente vieja, fragmentada, atormentada. Con un cuerpo joven, lleno de un instintivo deseo por experimentar las sensaciones del mundo por toda la piel.
Eras mi intento de redención y yo tu prorroga de vida. Me quisiste inadecuadamente, yo te quise insatisfactoriamente. Y nos amábamos, pero tu amabas mas a tu monopolio del dolor y yo a mi misión de supervivencia.
La noche de tu partida me dio una bofetada en el alma, equivalente a un camión de carga golpeándome de lleno en el pecho. Me entumeciste las ganas de sentir, de querer. Mas los recuerdos de nuestros atardeceres silenciosos a orillas del Atlántico volvieron, junto a las risas en cafeterías perdidas y los llantos compartidos bajo un centenar de cielos nocturnos.
Te solté
Como esa exhalación cuando te piden que respires previo a una punción.
Te deje ir
Como el metro que no podría parar ni con el cuerpo entero sembrado sobre los rieles.
Tu te marchaste a la fría ciudad de tu inspiración. Yo armo las maletas para perseguir el sueño de un mejor yo, más allá de la frontera, más allá de toda expectativa.
Renuncie a la misión de sobrevivir porque se me quedo pequeña, así como renuncie a ti porque el refugio que nos construí se te quedo pequeño.
Renuncio a ti
A odiarte
A quererte
Me entrego a mi
Y mis recuerdos de ti se los entrego al silencio, ese que queda entre cada palpitar.
-Apolo pontífice-
Quisiera
Despertarte con una llamada
Llegar a tu casa por ti
Compartir un cigarro en silencio
Escuchar una historia de tu niñez
Dividir nuestra tristeza en lágrimas
Y suspirar algún anhelo perdido
Perder la noción del tiempo
Hasta encontrar el amanecer en el cielo
Quisiera...
Apolo
Mi mejor amigo dice
Que a veces soy frío y distante,
A ratos inalcanzable,
Que a veces mi silencio asfixia
Y mata.
Mi mamá dice
Que a menudo le preocupo
Cuando mis decisiones parecen erráticas,
Cuando me enamoro sin titubear,
Cuando me escabullo entre las nubes,
De mi mente.
Mi ex solia decir
Que cambio demasiado de pasiones,
Aún más rapido que de emociones,
Que a veces puedo ser tan desligado que rozo la crueldad,
Que a pesar de eso a veces soy muy lento para tomar acciones.
A veces me veo y no se decir,
Si la intensidad de mis emociones está ensombrecida
Por los medicamentos que recetó mi psiquiatra
O mis propios mecanismos de defensa;
Si mi rostro es el mismo de ayer
O ya es nuevo
De nuevo.
Soy un huracán
Y sus vientos a veces me gritan
Que no soy difícil de amar
Soy imposible.
Apolo
Aunque me lo pidas no podría encontrar el inicio de la soga que nos une a ti y a mí. Tu fuiste la reacción química que nunca predije y los poemas que nunca quise escribir.
Nunca quise enamorarme de tu evasiva pero arrolladora sonrisa, ni pensé romperme con el tacto de tus dedos en mis nudillos. Aún así te grabaste en mi alma, forjandola con cada golpe que dabas a mi vida. Un impacto breve y sonoro, seguido de ausencia, luego repetir.
Podría contar cada uno de los besos que nos hemos dado, pues en todos ellos he dejado un trozo de mi, aún así, en ninguno de ellos has Sido mío. Porque tu corazón tiene grabado el nombre de alguien que nunca he sido yo y cuando ha sido efimeramente libre, el del corazón comprometido he sido yo. Cómo si estuviéramos condenados a solo amarnos en realidades alternas y solo tocarnos en las noches de luna llena.
Puesto que nuestra historia carece de que inicios y no alcanza un final. Es solo un nudo, un nudo eterno, que ninguno de los dos se atreve a cortar. Y no he podido dejar de hacerle barquitos de papel al amor que te tengo, ni he dejado el vicio de encenderle un cigarrillo a tu nombre cuando mi boca comienza a extrañar tu aliento. A pesar de eso le agradezco a la vida el que siempre, de alguna manera, seré tuyo, a pesar de jamás te he pertenecido.
Apolo
Anoche tuve una epifanía emocional. De esas que te golpean de madrugada, que te hacen sentarte en la cama viendo al vacío. Anoche volví a entender esas pequeñas cosas a las que las personas no les dan relevancia, pero que a mí me resultan tan trascendentales. Anoche entendí que no quiero ceder mi lado de la cama y que en este punto de mi vida, mi lado de la cama es la cama entera. Que me gusta acostarme viendo a la ventana cuando me siento soñador y darle la espalda cuando me siento solo. No me molestan las caricias en mi espalda o los abrazos que te dejan sin aliento, pero quiero el espacio para estirar la totalidad de mi alma y contorsionarme.
Anoche entendí que no quiero hablar de mañana, porque entre el ayer que me sofocaba y el hoy que me mantiene en movimiento tengo suficiente fricción. Que quiero guardar mis mañanas para mí, para cuando vuelva a tener sueños con los que llenarlos. Entendí que no estoy solo porque sea mi destino estarlo, que estoy solo porque necesito estarlo. Que cuando la soledad comience a hacerse pesada puedo abrazarme fuerte y no soltarme, que cuando se haga inmensa tengo a mi alcance la luminosidad de aquellas personas que han aprendido a querer toda esta tormenta que cargo dentro.
Y no quiero promesas de amor, que siempre me las paro cumpliendo yo. Que me prometieron llevarme al lago y me lo tuve que presentar yo. Que me prometieron nunca dejarme solo y la compañía ahora me la hago yo. Que me prometieron por siempre amarme y el que toma la decisión diaria de darme amor soy yo.
Es que hasta hablar de amor se me hace demasiado grande. Porque pase tantos años de mi vida dedicándome a amar a otros, explotando las capacidades de mi corazón, siendo un completo ignorante. Porque ahora entiendo bien que nunca he entendido lo que es el amor, porque si no puedo ver las razones para amarme, mucho menos puedo repartir apropiadamente todo ese amor con que me lleno el alma.
Ahora el adiós, que tanto miedo me daba, se ha convertido en mi palabra favorita. Porque lo que siempre vi pintado con el poder de dar finales, ahora entiendo como la palabra cargada con el poder de dar nuevos comienzos.
Y no quiero ceder mis tardes con café y cigarro en mano.
No quiero ceder mi voluntad propia de elegir con quien comparto mí tiempo y mi espacio.
No quiero ceder mi autonomía y tampoco quiero ceder mi espacio en la cama.
Que la cama es mía, que el cuerpo es mío, que el corazón es mío, que el amor es para mí. Que el futuro vendrá y lo dejare llegar, porque cuando lo haga sé que estaré lleno de amor para mí. Pero por ahora, solo quiero fluir, respirar, existir. Por ahora solo quiero disfrutar del poder escoger que lado quiero ocupar en mi cama.
-Apolo (pero en realidad es Javier)-
Vendado. Comenzó con una sensación suave y caliente sobre la piel. Tan familiar en cierta forma, pero tan desconocida. Con un aroma extranjero impregnado en un tejido autóctono. Ese sentimiento sin nombre que solo pueden darte aquellos rostros marcados en tu memoria que vuelves a ver años después, cuando ya se han convertido en alguien distinto. Al principio fue un perdón, fue una cura, cargada de esperanza. La esperanza de que llegaría a curar tanto más.
Comenzó como una vibración placentera. Luego siguió creciendo. Creció hasta que mis oídos escuchaban tanto, mi piel palpaba tanto y a mi nariz llegaba tanto olor, a mi boca tanto sabor, que mis ojos se cerraron. Y mi corazón se hundió en los arbustos del bosque que eres. Se perdió entre tus ramas, entre tus flores enzarzadas y las raíces de tus cedros. Me interne en el laberinto, con los ojos cerrados. Camine entre sus muros, sin saber en qué momento chocaría con uno. Sentí tus hojas acariciando mi rostro, sin saber hasta que punto era accidental. Sentí tus espinas clavándose en mis brazos, sin saber hasta que punto era intencional.
Seguí caminando, sin saber exactamente donde estaba, pero con la seguridad de que todo lo que encontraría seria a ti. Llevaste mi corazón a sus limites y los rompiste. Entre mas te conozco, mas siento que no se que quien eres. Entre mas me sofocan mis emociones, mas me enamoro de ti.
¿Has visto a una rosa nacer? La forma en que crece, en que el botón asciende y se abre, la forma en que los pétalos se van extendiendo, cayendo y la flor se termina marchitando. Las emociones en mi funcionan un poco diferente. Como un tumor más bien. Creciendo y creciendo. Sin dejar de crecer. Un asesino inmortal. Que solo sabe crecer y crece tanto que empieza a matar, matar para tener más espacio para crecer.
Así ha ido creciendo todo lo que siento por ti, sin saber hacia dónde crecerá. Así he ido caminando entro de ti, sin saber hacia dónde me llevaras. Pero ya no hay marcha atrás. Ya no puedo parar. Estoy demasiado dentro de ti. Demasiado perdido, demasiado enredado. Con mis sentimientos haciendo fricción entre sí, soltando chispas por ti. Me induces una sobrecarga emocional, que me ahoga, que me asfixia, que me paraliza. Que me encanta. Jamás me había sentido tan vivo.
Atentamente, Apolo.
Con los dedos, con los ojos. Con el dorso de la mano en una bofetada o la palma acariciando una mejilla. Con un pestañeo o incluso la curva ascendente de la comisura de la boca. Esas marcas que dejamos con la frenética contorsión de un abrazo o la estática maniobra de una mirada fija desde el otro extremo de la habitación.
¿Te marca más que te fabriquen un beso calculado o que descarguen en ti un discurso improvisado?
¿Es la intensidad de la marca dependiente del clima de la temporada o de las coordenadas?
¿Depende mas del pulso de la mano o la tensión de la piel? Victimario o víctima. Pincel o lienzo.
¿a ti te marca mas la suavidad de una piedra envuelta en un paño de seda o el estruendo de una pluma cayendo sobre el cristal?
Es como dejar un mapa en las personas que dibujamos con actos, con promesas, con engaños. Todos tienen una historia tatuada en el corazón. Escrita con mil tipos de letra diferente, con profundidades milimétricamente distintas. Como huellas dactilares en el alma. Debes saber que cada sentimiento es una tinta y cada acto una aguja. El mundo es un lienzo en blanco.
¿Qué es un beso? sino un tatuaje hecho con amor, con engaño o con adiós.
Atentamente, Apolo.
Una vida de tristeza ajena. A eso se resume esto. Así se siente ser codependiente. A una constante serie de terapias de reparación de vidas. Aclarando mentes confundidas, disipando el humo de sus temores, cubriendo heridas sangrantes hasta que cicatricen. Y es allí donde duele, donde cicatrizan. Porque se van, porque te dejan, porque te olvidan. Como un huérfano olvidado. Es una extraña sensación haber pasado días, semanas, meses, quizá años; despertando cada día con la intención de reparar la vida de alguien, dispuesto a atender las necesidades que te presenten, dispuesto a brindar todo lo que tienes y conseguir lo que no para que no le falte a alguien más. Es una extraña sensación darlo todo por alguien que cuando lo tenga solo se dará la vuelta y se marchara, con un paso reconstruido, sin volver a ver toda la basura que te dejo en el camino. Así se siente ser como yo, a veces, muchas veces. Tengo un problema con las despedidas, curioso porque las he vivido toda mi vida. no despedidas de personas que llegas y sabes que se irán, despedidas de personas que quisieras que nunca se marcharan. Al final el patrón se aprende y sencillamente comienzas a esperar que todo mundo se marche eventualmente. Es lo que siempre hacen. “¿Por qué no hablas más? ¿Por qué no nos cuentas un poco de ti? ¿Qué opinas al respecto?" ¿para qué quieren saberlo? Creo que soy yo el que está mal. El que espera más porque está dispuesto a dar más y ese mas, sencillamente esta de más. Porque llegan, se reúnen, se intercambian y se marchan; y yo me quedo, sin entender porque no se quedaron más. Un cuartel de invierno, que buscas cuando estás perdido, cuando sabes que la época será demasiado dura para continuar el viaje. Cuando necesitas establecerte en un lugar solo mientras pasa la ventisca. Así me siento. Como un cuartel de invierno. Como una cabaña de verano, donde te retiras a pensar, a aclarar las ideas, a recuperar la noción de quien solías ser y hacia dónde vas, para luego regresar a tu cotidianidad en la gran ciudad. Como un retiro espiritual. No soy más que un retiro espiritual. ¿Dónde estabas cuando yo pase mis inviernos? ¿Dónde podía refugiarme? Creo que soy yo el que no sabe amar, porque no puede detenerlo, porque no conoce el modo de controlarlo. Los amigos no existen, me dijo mi madre. Pero yo existo. Acá estoy, dispuesto a escucharte, dispuesto a ayudarte, a esperarte, a levantarte. ¿Estoy equivocado? ¿En qué momento me equivoque? Ser codependiente es una maldición. Esperar que la gente te espere, que al menos te espere a que puedas levantarte, es doloroso. Al final por eso siempre vuelven, porque saben que su cuartel de invierno siempre estará en el bosque, su cabaña de verano siempre estará en esa playa, su retiro espiritual siempre se celebra en noviembre. Saben que yo siempre estaré acá. ¿Para qué quedarse entonces? ¿Para qué esperar? Creo que mi problema no radica en amar y no ser amado, si no en esperar ser amado en la misma forma en que yo amo. Atte. Apolo
Cero, abrí los ojos. A los 5 no entendía porque mi madre lloraba tanto. Lloraba cuando estaba molesta, lloraba cuando estaba feliz, lloraba cuando sencillamente estaba. Odiaba verla llorar. A los 6 me sentía torpe. Me caía tan a menudo, me mandaban a callar aún más seguido. Torpe para caminar y para hablar. A los 8 no entendía porque tenía que tener tres padres. Al primero lo entendía, todos tenían uno… casi todos. Al segundo, al del cielo, lo entendía, o eso creo; era el que todos tenían. Al tercero, a ese no lo entendía. ¿Para qué? A los 11 ya no quería ser yo. Quería ser alguien más. Alguien que llorara menos. Me odiaba cuando lloraba. Necesitaba ser más fuerte. A los 12 decidí ser menos bueno. No era bueno para eso. Ni si quiera podía elegir como ser. ¿cómo pretendían que eligiera quien quería ser? Ni si quiera sabia quien quería ser. A los 13 quería enamorarme. A todos parecía gustarles. No funciono. No sabía buscar, porque no sabía que eso no se busca. Eso te encuentra. Ojalá no me hubiera encontrado después. A los 14 me odiaba. No solo al llorar. Odiaba verme caminar. Odiaba escucharme hablar. Odiaba verme sonreír. Odiaba sentir eso que mis papas odiarían si lo supieran. Por eso no sonreía, por eso no hablaba, por eso evitaba sentir. Lo peor era sentir, eso me hacia sonreír. A los 17 me encontró eso que ya no quería encontrar. Me dio un golpe rotundo en la cabeza y me saco del circulo que dibuje a los 14, pero fue bueno. Al principio fue lindo, fue algo hermoso seis meses, luego dolió. Dolió durante meses. dolió durante casi seis meses. A los 18 el cambio piso el pedal del acelerador. Mi vida cayo por una pendiente y no llevaba frenos. Mi autoestima murió. Curioso, parece ser que tenía autoestima. Poco a poco comencé a ver toda la realidad que tenía colapsar sobre sí. “Aguanta hasta los 23”, me dije. “Aguanta un poco más, No todo es tan malo”, Que iluso. A los 19 mis padres se enteraron. Como les dolió. Como me dolió que les doliera. Odiaba lastimarlos. No era mi intención y tampoco podía hacer algo al respecto. Intentar cambiarlo me hubiera dolido también. ¿Cuándo ambos extremos del arma duelen, por donde la tomas? A los 20 pensé que podía confiar en las personas. Pensé que ya estaba listo para sentir con todo y dejarme llevar. Vaya que lo sentí todo. Cuando mentiste, cuando no te importe, cuando me echaste la culpa, cuando te arranque de mí, cuando ellos se marcharon. “los amigos no existen”, me dijo mi madre. Ese día al fin supe porque llora tanto mi madre. Ese día fui yo el que lloré, ella odiaba verme llorar. Ya casi son 21. Sigo sin saber si estoy parado en el lugar correcto. Sigo sin saber hasta dónde confiar. Los amigos no existen, aunque tengo uno que otro. ¿Hasta dónde existen? ¿la existencia tiene un límite? Ya casi otro año y no estoy seguro de adónde voy… al menos te tengo conmigo. Aguántame hasta los 23, déjame ser un iluso.
Atte. Jasper
¿Qué fue lo primero que viste en mí? ¿Qué fue lo primero que capto tu atención? ¿Qué te impulso a acercarte a mí? No puedo evitar pensar que lo nuestro tuvo una marcada sensación de predestinado. Incluso cuando no eras más que un nombre que se comentaba en las conversaciones más esporádicas. Tu nombre tenía ese sabor a golpe contundente contra el suelo. Ese sabor a viento en la cima de una colina. Como estar hasta el fondo, indiscutiblemente derrotado y a la vez en la cima, con una sensación de absoluta victoria. La primera noche que hablamos, debo reconocer, que fuiste un capricho de mis lágrimas retenidas. Solo una necesidad de sentir una narcisista forma de control. ¿Tenías idea de lo que encontrarías al acercarte a mí? ¿te lo imaginabas? Debo admitir que apostaba a que salieras huyendo al momento de quitarte la venda de los ojos. Pero cuando te deje ver la realidad en que existo, cuando observaste por primera vez el infierno congelado en que habitaba, rodeados por todos esos demonios en estasis, esperando al momento en que pudieran abalanzarse sobre mí, tu respuesta fue abrazarme. Me sostuviste y no pude hacer otra cosa más que romperme en mil pedazos, derramándome sobre ti. Tus ojos siempre tienen esa expresión de niño triste, de frágil inocencia. La primera vez que vi a ese niño determinado a protegerme, cuando apenas podía protegerse a sí mismo, no pude evitar reconocer una parte de mi la que me avergüenzo. Recuerdas que te conté sobre los hilos. Sobre como los veía a todos en un cuarto oscuro, a mi alrededor. A todas esas personas involucradas en ese comercio del dolor en que estaba participando. Todos estrangulados por hilos amarrados a mí. Que si me movía hacia un lado o hacia otro los asfixiaba lentamente a todos. Esa imagen me persigue en pesadillas. Pero la verdad es que descubrí que era yo el que estaba siendo estrangulado por todo ese dolor ajeno. Al final todo colapso mientras yo me encontraba anestesiado. Sedado sin poder reaccionar ante la realidad que colapsaba a mi alrededor. Polvo. Todo lo que quedo fue una nube de polvo que se disipo para mostrarme que ya no había nada. donde antes había tantos que no eran nadie, solo estabas tú. Debo reconocer que fue mi culpa. Mi necedad de luchar contra mi dolor, de intentar contenerlo, hizo que mi accionar resultara errático y sin sentido para todos, para todos menos tú. Tú me viste, me viste romperme. Me escuchaste gritar cada uno de sus nombres mientras iban cayendo y te quedaste, te quedaste mientras tu pasabas por una guerra similar. Creo que nadie entendió realmente porque te elegí a ti al final. Cuando tantos me apuñalaron por la espalda y al girarme para verles la cara me apuñalaron en el rostro también, solo estabas tú para sostenerme. Creo que algún día podre contar mientras rio, con un cigarro entre mis labios, el relato de ese infierno congelado en que yo estaba viviendo cuando tu llegaste a rescatarme. Ese día ese recuerdo ya no será una herida sangrante, solo será una asquerosa cicatriz en mi pecho, acompañante de tantas otras. Por ahora lo único que puedo hacer cuando alguien me pregunta porque si estoy tan decepcionado de todo, porque si estoy tan desanimado de la vida, porque si estoy tan desilusionado sobre las personas; el simple hecho de escuchar tu nombre me hace sonreír como un niño, es responderles que al final de todo decidí vender una paz vacía a cambio del cielo que existe entre nuestros infiernos.
Atte. Apolo
¿lo sentiste? ¿Al morir, lo viste? Siempre he considerado que la belleza de lo efímero yace en que el dolor que produce el final, solamente realza la hermosura del momento. los humanos siempre tan enamorados de la tragedia. Estarás de acuerdo conmigo al decir que fue una muerte dulce y suave, como el batir de alas de un colibrí. Pero debo decirte que no la considero una muerte limpia, la manera tan política en que lo manejamos, como dos rivales que se conocen tanto que toda contienda está destinada al empate, me resulta repulsiva. Ese momento en que convertimos el vínculo en negocio y nuestra delicada y sobrevalorada estabilidad se convirtió en prioridad. Allí fue cuando el tumor se convirtió en maligno y la fecha de caducidad fue impresa. Algunos dirán que resulta deprimente pensar en tanto tiempo invertido, en tanto esfuerzo, tanto llanto, tantos momentos, tanto valor, tanto cariño, tanto daño, tantos secretos. Tanto que hicimos para terminar convirtiéndonos en dos extraños que se conocen demasiado bien. A mí me parece que fue una inversión que valió cada pequeño gesto. En su momento fue mi pilar de salvación. Efímera pero necesaria, como todo en la vida. ¿Qué es infinito sino el cambio, cuando todo lo que es se convierte en algo más y no tiene otro destino más que ese? Progresa o muere, crece o disminuye, pero siempre existe. La verdad es que no puedo evitar que el olor a pasto en el viento me haga pensar en aquellas tardes sentados sobre alguna colina, observando el atardecer como si nuestra juventud fuera eterna. No puedo evitar extrañar aquellas noches desprovistas de sueño que llenábamos de un dialogo cómico y existencial. Escucharte llorar llego a ser una experiencia más íntima que la que trae el sexo a los amantes. Dime que tu no piensas en el dolor que compartimos al ver una orquídea. Dímelo y sabré que estas mintiendo. Si seguiremos entrelazados como gotas de lluvia cayendo sobre un charco, uniéndose en círculos concéntricos perpetuos, es verdaderamente incierto. Quizá permanecerás como una sombra en mi rostro, debajo de la comisura de mi sonrisa. Como una ojera que no me abandona, de aquel descanso que siempre me hará falta. Al final lo inevitable que tanto quisimos evadir nos atrapó. Esos cambios contra los que tanto luchamos juntos nos alcanzaron y nos cambiaron a nosotros también. Tú ya no eres esa niña que me hacía querer llorar cuando caía y era incapaz de admitir que le dolió. Yo ya no soy ese niño que no podía decir que no al momento de amar a alguien. Tú te has convertido en la incertidumbre del mismísimo océano y yo no soy más que un cobarde, que construyo una fortaleza rodeada de murallas para no ser tocado otra vez. Dime que no te produce al menos soltar un suspiro saber que esos días en que nos sentíamos infinitos se acabaron. Dime que no sentiste un escalofrió al darte cuenta que llego el fin del infinito. Atte. Apolo.
Graba con fuego en tu alma mis palabras, que si no consigo marcarte de por vida todo será una pérdida de tiempo. toma mi nombre y ponle derechos de autoría si deseas, pero grítalo al viento hasta que te escuche, que no me conformare con ser un susurro entre tus labios. Quiero ser un grito de euforia a mitad del día, que espante a las aves y despierte la expectación. Una llamada de atención al destino, que se entere que ha perdido su independencia. Tómame de la mano hasta que nos duelan los huesos. Con tal fuerza que ya no sepas diferenciar entre tus dedos y los míos. No me aburras con charlas sobre el tráfico y la cotidianidad. Cuéntame de aquel amigo imaginario que no pudiste olvidar y de esa pesadilla que aun te hace temblar. Bésame hasta que los labios se resequen y nos sangre la boca. Déjame ver toda tu gama de colores emocional. No me conformo con verte desbordante de incontenible felicidad. Exijo verte ahogándote de tanto llorar y a tu corazón ardiendo de tanta furia. No me importa recibir el conjunto holístico de tus demonios, mientras me cubras con tus alas cuando el cielo este gris y tenga miedo de enfrentar a los míos. Quiero que seas mi pecado capital personal, ese que me dé la absolución absoluta. No quiero tu cielo si no me das también tu infierno, ni quiero tu absoluta confianza si no me darás tus celos sin sentido. Cúbreme de tus miedos cada vez que des tus esperanzas, los guardare juntos y forjare un camino con ellos. quiero bailar contigo, aunque no sepa bailar. No me basta con ser tu novio, quiero ser también tu amante. Quiero sesiones de sexo animal por las noches y madrugadas abrazados tiernamente. Quiero despertarte al amanecer para animarte a seguir un día más. Quiero esperarte al atardecer para felicitarte por cada paso que hallas dado. Dame la totalidad de tu vida y complementa tus carencias con la mía. Que esto será un romance de jóvenes en verano y un matrimonio viejo en los inviernos. Quiero que te vuelvas la rutina que cambia todos los días. Si vas a amarme que sea así como yo te amo, en la totalidad de sus aspectos y en cada una de sus facetas. Inhala mi amor, exhala tu dolor y dejemos que la vida se alborote a nuestro alrededor. Déjala que gire, que se revuelque, que nos arroje a todos los agujeros que le queden, que te amare con tal fuerza que no le quedara más alternativa que ajustarse a nuestro ritmo y seguirnos el paso.
Atte. Apolo
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Cortina de polvo. Fue como una cortina de polvo disipándose a mi alrededor. Como si hubiera terminado una batalla o el estallido de una bomba y solo hubiera quedado el polvo. Flotando alrededor, ocultando el resultado, cubriendo el daño. Esa es la aproximación más correcta para aquella sensación. Aquella que quedo cuando hubo terminado tu partida. Conforme se fue asentando el polvo, comencé a comprender el dolor. Los escombros, las ruinas, las casas vacías y el cadáver. ¿Y después? Confusión. Una confusión que desespera, que frustra, que aterra. Esa duda que atormenta, que me quito el sueño por días que se encadenaron en semanas. Ese insomnio que convierte mi colchón en una cama de clavos. ¿Por qué tú?
¿Si entiendo como entre a la habitación, porque no encuentro la salida? ¿Si se porque te llegue a amarte no puedo encontrar la solución para superarte? Si poseo las razones que rompieron con nosotros, si tengo en mi calendario el momento exacto en que nuestra promesa se despedazo; si se hasta aquellas cosas que crees que no se, que no le dije a nadie, que no llegue ni a reclamarte a ti ¿por qué no encuentro la fuerza de voluntad que supere la fuerza suicida que obliga a mi mente a revivirte día tras día en mi memoria? ¿Por qué sigo perdiendo esta competencia de pulsos emocionales? ¿Si tengo suficientes demonios que consumen mi paz mental, por qué eres tú el que se resiste al exorcismo? ¿Si no eres el primero que me rompe el corazón por qué eres el que me resulta irreparable?
Lo discutí continuamente, podría jurártelo si alguno de nosotros creyera en los juramentos, con cada elemento de mi fragmentado yo. ¿Es que fue un amor superior? ¿es que fue una herida mortal? ¿es que es demasiado pronto para sanar? Hipótesis, teorías; todas falsas, todas tan vacías. ¿es que la respuesta está en ti y yo como un necio la busco en mí? Me arrinconaste hasta el punto de tener que revolver entre mi pasado para encontrar la respuesta en un antiguo amor. Me llevaste a la decisión de descoser mis heridas para descubrir la diferencia. Pero hasta ese esfuerzo me resulto en vano. Un paso a un callejón sin salida.
Porque no, no fuiste el primer amor ciego y sin medidas. Porque mi primer amor, aquel que despertó una niña fúnebre con piel de porcelana y ojos llorosos, fue tan intenso como el tuyo. Tan desmedido, tan irresponsable como el que te di a ti. Porque le perdone heridas más grandes a ese amor. Porque no, no fuiste más consciente que el amor de mi vida, ese que sentí por aquel niño nervioso y autodestructivo, que ocultaba su mirada tras ilusiones y las marcas en sus muñecas tras sonrisas. Porque también con él era consciente de quien era él. Sabía que se iría, sabía que algún día me faltaría. Así como sabía que tu jamás podrías dejarme entrar, dejarme llegar y crecer en tu corazón.
Me sentí entonces sin fuerza. Sin motivación para olvidarte. Me sentí entonces acorralado y sin salida. Sentí entonces la desesperanza de la derrota y sucumbí ante la única opción de la aceptación. Fue entonces cuando lo comprendí. No fue la batalla ni la herida. no fue la historia ni la razón. No fue que fueras más o yo pudiera menos. Fue el resultado el que te hacia tan persistente. Tan aparentemente eterno. Por primera vez en la crónica de mis amores. Fue la derrota y mi inexperiencia. Mi pecado de soberbia me traiciono y olvide que jamás se es muy viejo para vivir algo nuevo, ni muy experimentado para aprender. Tu lograste vencer mi amor por ti.
Tus heridas, pequeñas y constantes, como cortes de papel. Tu silencio implacable, tu orgullo de macho, tu incapacidad de ceder. Tu desconfianza y tus traiciones. Todo tú se empeñó. Todo tu lo logro. Me derrotaste en mi juego favorito. Me derrotaste en este juego de amar. Alcanzaste destruir el amor que sentía por ti. Despedazaste toda esperanza de hacerlo funcionar. Me desarmaste. Me llevaste al límite. Conseguiste lo que nadie más había podido. Me venciste y no supe reconocer la derrota. En cuanto comprendí eso supe el fin de esta guerra. En ese momento entendí que, para curar la herida, debía aceptar la derrota. ese momento en que entendí que fue mi amor por ti el que extendió la batalla y que cuando este murió, fue mi amor por mi el que me salvo de la extinción.
Qué extraña sensación esa paz que te trae el ser vencido. Qué extraña satisfacción conlleva aceptar la derrota. Qué triste consuelo me trae ver morir al panda.
Atte. Apolo.
No quiero parar hasta que seas como el aire. No me rendiré hasta que seas aire en mi vida. Hasta que seas invisiblemente indispensable, indiscutiblemente necesario. Hasta que la necesidad de ti sea un requerimiento vital pero inconsciente. Que sepa que te necesito para vivir, pero no se me cruce por la mente que algún día dejaras de estar allí. Quiero que seas como el aire y estés en cada sitio, en cada rincón, en cada lugar que yo visite. Que cada minuto, cada segundo, cada momento estés en mí. Que cuando este feliz, inhale profundamente y te sienta en cada rincón de mi cuerpo. Que cuando este triste suspire, buscando tu consuelo. Que cuando ría o cuando llore, sienta que no tengo suficiente, que acelere la respiración, que busque más de ti. Quiero que seas el aire que necesito con más fuerza cuando tengo miedo, el que busco con respiraciones entrecortadas y que en una profunda respiración me trae calma y claridad. Quiero que seas como el aire cuando estoy agotado, cuando ya no puedo más, cuando los pasos pesan el doble y mi corazón triplica su velocidad. Que en esos momentos de cansancio seas esas bocanadas de aire revitalizante, que te alientan a seguir, a dar un paso más, tras otro y luego otro. Que seas ese viento que se mueve entre las montañas, que me agita el pelo y la ropa, metiéndose en cada ángulo de mi cuerpo. Que seas ese viento que me agita la vida en la cima de una colina, cuando contemplo el panorama después de una larga caminata. Ese viento que me alienta, que me da la bienvenida. Que me hace sentir tan pequeño, tan insignificante; a la vez que me hace sentir grande, casi invencible. Necesario en mi vida hasta el día en que muera, que si me faltas me ahogo. que tengas la capacidad de deslizarte por cualquier rendija para alcanzarme en donde me encuentre. Quiero que seas como el aire, invisiblemente indispensable.
Atte. Apolo
Adoro tu forma de quitarme las ganas de dormir pero no la de soñar.
Tan egocéntrico soy, que sonrió de saber que alguien me lee. Siempre.
Entendí que el problema no es que te cedi en cada aspecto de mi vida. El problema fue que no exigi lo mismo a cambio.
Dudo que exista una pregunta más difícil de responder. Es una respuesta que cambia cada día. Que ha cambiado a lo largo de los años. Que se transforma con las estaciones, con las personas que me rodean. Es una respuesta ambigua e insegura. Y la única persona que se lo pregunta, la única persona que lo puede responder y la persona más insegura al respecto, no tienen identidades separadas. Si fuera un pintor y lo expresara de esa forma, te juro que no me diría más que una hoja de papel sin tocar. Es un tema que todos los días discuto con las voces que habitan mi cabeza. Es un tema que me confunde, que me aturde, que me frustra. Me hace hundirme en mi cama, en mi pereza, en mi intento de ignorar a la misma existencia de mi propia persona.
Si vez la vida como un camino, para mi es una calle de doble vía, en la que yo disfruto caminar en medio, siguiendo una dirección y luego la otra. Si la moral es un espacio con dos polos, yo estoy parado en medio, con los brazos extendidos hacia los extremos. Con mis manos al alcance de lo bueno, con mis dedos rozando lo malo. Con la capacidad de tirar, de empujar y de alternar entre los dos. Porque no, no soy tan mala persona, pero no vendré a vender mi alma al precio de la de un santo. Un día le dije al amor que yo soy un ángel de alas negras y este me respondió que soy un demonio vestido de blanco.
Porque soy una tormenta. Soy un huracán, incapaz de entrar con calma, sin marcar el terreno, sin transformar el entorno. La pesadez de mi presencia, el estruendo de mis emociones, el vertiginoso movimiento de mis pensamientos; que en el centro solo ocultan un claro, donde todo yace en un absoluto silencio. Porque mi personalidad es una combinación ambivalente entre mi forma de sentir y mi forma de pensar. Porque al pensar soy un hombre de matices, que gusta de ver toda la gama de colores, para finalmente asentarse en una mezcla de los que le combinen. Pero al sentir soy un niño extremista, que si no ama no quiere y si no sufre no duele.
Me describirías como un drama, pero a veces mi vida se siente como una comedia. Puedo ser tan despectivo y a la vez tan egocéntrico que he llegado a sentirme el chiste favorito de Dios o el cuento más desabrido del mundo. Me han llamado impetuoso en la cara y luego me han criticado de frígido a mis espaldas. Es el precio de andar con medio rostro entre las sombras. Con media sonrisa oculta. Escondiendo a veces su amplitud, a veces su verdadera naturaleza y muchas otras su absoluta ausencia. Y es que después de caminar entre tantas mascaras que he fabricado, a veces me cuesta reconocer que rostros son reales.
Me han dicho inteligente y yo seguiré sintiéndome como un tonto. A veces un viejo tonto, con el cansancio de sus años y una vida que ya no puede darle nada nuevo. A veces un niño tonto, incapaz de decidir por su cuenta sin temblar de miedo al no tener una mano que lo sostenga. Mis comportamientos y mis emociones discordantes. Porque cuando más siento es cuando menos expreso. Cuando más silenciosa esta mi boca es cuando más ruidosa esta mi mente. Cuando más ausente me sientes es cuando más necesito de la presencia de alguien, que me ayude a no sentir la soledad, aun si quiero estar solo.
Pregúntame quien soy y no puedo responderte. Pregúntame quien soy y me debato en una mesa hexagonal. Pregúntame quien soy y te responderé que no se ni si quiera como estoy. Porque mis amigos te dirán que yo pienso demasiado, pero yo te cuento que el problema es que siento demasiado.
Atte. Jasper
Un farol en la avenida y un viejo roble en la intersección. Un horizonte de verde y café. Un montículo de pino seco y una acera húmeda. Una calle negra y un ejército de luciérnagas. Todo bañado en las sombras de la noche. Todo vigilado por las lejanas estrellas. Esta es la cuna de mis pensamientos, inciertos y complejos. El cine de mis recuerdos, los pasados y los soñados. El silencio roto por el silbido del viento, que se lleva consigo el melancólico ritmo de mi respiración y la triste sinfonía de mis suspiros. La neblina cayendo a mí alrededor, como una cortina divina. Como si Dios regara al mundo con su aliento. Con gracia y un peso para el que muchos son insensibles, cae al suelo. Al chocar se desvanece, como si nunca hubiera existido, como todos aquellos a los que he querido. Cual espectros danzantes, aparecieron frente a mis ojos, para luego desvanecerse, como la niebla de esta calle. Aun puedo verlos en las noches, como sombras difusas, deformadas por lo confuso de mi memoria y lo opaco de mi mirada. La luz que atraviesa mis lágrimas secas, no tiene diferencia con las frías gotas de rocío que mojan mis pasos. Mi piel ya no siente frio, ni calor, ni amor. Una prótesis de sonrisa, una máscara de alegría. Ni pena, ni vergüenza. Ni miedo, ni esperanza. Que sencilla es la vida cuando ya no se siente nada. Poco importa ya lo que encuentre o lo que pierda. Si acaso siento algo, es la absoluta inexistencia. Como el último zombi sobre la tierra. Movido por un instinto sin sentido, esperando a morir de hambre, si es que acaso es posible. Sin la voluntad para morir, sin la motivación para vivir. Un corazón que no conoce otra función, más que la de bombear sangre a las arterias.
A veces me pregunto si alguien ama de verdad, si en alguna parte existe tal cosa. Me pregunto si algún día tendré esa experiencia, porque si el amor verdadero es aquel que he conocido, prefiero seguir sin él, porque no vale la pena. Eso de tener sentimientos es un mal negocio, se arriesga mucho y rara vez se obtiene una retribución de igual valor, nunca mayor. Como apostarle a un caballo cojo, así es amar como yo lo he hecho. Seguramente soy yo el que no sabe amar. Mi corazón seguramente tenía una fuga, por la que gota a gota se rebalsaron mis emociones, hasta que mi cuerpo quedo vacío. Como un barril de vino en noche de fiesta. Unas cuantas horas, uno que otro trago y ya no había nada. ¿Será acaso que me equivoco al llamar a los demás espectros, cuando en realidad el fantasma soy yo? ¿Seré en realidad soy yo, el que se parece a la neblina? Debe ser así. Antes temía arriesgarlo todo, luego temía perderlo, luego temía jamás recuperarlo. Ahora ya no siento miedo de perderlo todo, porque ya no tengo nada. Se fue con esos ojos, se fue con esas risas, se fue con esas manos, con todos aquellos a los que he amado. El valor no es la ausencia del miedo. El valor nace del miedo, cuando uno lo enfrenta. Por lo tanto el carecer de miedo, es carecer de valor. Yo no valgo nada. No escribo para sentir pena de mí mismo, ni para que las sienta aquel que me lee. No escribo para desahogarme pues mis entrañas están secas. Escribo porque es, creo, el único sentimiento que me queda. Escribo porque me ayuda a recordar aquellos días, en que estuve vivo, aquellos días en que ame. No escribo para despedirme ni para presentarme. No escribo por arte ni por pasatiempo. Antes escribía porque me hacía sentir vivo, porque expresaba lo que no podía decir de otra manera. Ahora escribo porque es, lo único que aún guarda un sentido.
Un cigarro no es más que viento y un trago no es más que agua. El amor no es más que un rato y el querer no es más que agrado. No tengo más sentido, que escribir. Por eso escribo, desde esta banqueta gris, en esta calle negra, con el roble en la intersección y el farol en la avenida. Con las luciérnagas a mi alrededor y las sombras sobre mí. Con el silbido del viento llevándose mi respiración, llevándose mis suspiros. No tengo más sentido que escribir y ni si quiera tengo el talento para hacerlo.
Atte. Apolo.
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Recuerdo bien ese día. Me encontraba yo entre la sociedad, entre una multitud de rostros. Muecas despreciables y engañosas. Bocas torcidas y gestos perversos. Miradas heridas y tristes, tantas miradas y entre todas esas miradas, estaba la tuya. Me mirabas y mi mundo entero parecía concentrarse en esos ojos. En el único par de ojos que no huían de la oscuridad de mis pupilas. Allí estabas, sonriendo. Con tu sonrisa triste y cansada, tan tierna que estremece cada fragmento de mi quebrada existencia. Allí estabas tú, parado en medio de la nada, tan solo. Allí estaba yo, temblando de frio y cansado de vivir, completamente abandonado. Ambos rodeados de tantos rostros vacíos. Ambos acompañados únicamente de la soledad.
El sol entraba a través de cristales empañados con lágrimas secas. Recuerdo que apenas pude sostener la intensidad de la conexión entre nuestros ojos, pero fue suficiente para que tu rostro quedara grabado en mi memoria y tu sonrisa en mi corazón, mi temeroso y débil corazón. Ese momento domino completamente los torcidos pensamientos de mi cabeza durante todo el día y lo escondí, en lo más recóndito de mi mente. No quería que nadie viera. Poco me imaginaba que ese día comenzaría lo que sería, la más intensa de mis aventuras hasta ahora. Me encontraba yo tan frágil y débil en ese momento. A penas habiendo salido de una cruenta batalla en que mis sentimientos habían salido desgarrados. Tu solo me mirabas. La verdad no sé cuánto tiempo lo hiciste, pero la sensación que embargaba todo mi ser se mantuvo en el ambiente por el resto del día.
Recuerdo que los días pasaron y que poco a poco la sensación se fue apagando, hasta desvanecerse. Caminaba yo sin pensarlo. Vivía solo porque no estaba muerto y me movía con las masas, pensando en tantas cosas que al final no pensaba en nada. Solo quería una respuesta y entonces, allí estabas. Sentado, tan tranquilo y me mirabas. Tu mirada parecía penetrar en mí ser y perderse en el interior de mi debilidad humana. Sonreías y yo no podía dejar de verte temblando. Me sentía tan vulnerable e indefenso, pero tampoco sentía necesidad alguna de protegerme. Mi corazón convulsionaba en mi interior y por unos segundos, me volví a sentir tan vivo.
Recuerdo que los encuentros entre tu mirada y la mía se repitieron varias veces. Cada uno era igual de intenso que el anterior. Cada uno me hacía pensar más y más tiempo en ti. Preguntarme quien eras y que era lo que buscabas en mis ojos. Aun así no me preocupaba. Tenía tanto encima que no tenía tiempo para sentirme atrapado por ti, puesto que me sentía amordazado por mis pesares y mis culpas. Aun así cada vez que te miraba me sentía más tranquilo, porque de alguna manera sentía que nos acompañaba la misma soledad y que eso de alguna manera, significaba que nos acompañábamos mutuamente. Al menos así me sentía yo.
Recuerdo que el día que eso cambio el sol me quemaba los ojos. La nicotina aun transitaba mis venas y la risa salía forzosamente por mi garganta, no era más que un ejercicio para no perder la habilidad. Yo escuchaba las voces que me rodeaban y tenía la mirada perdida en el paisaje. Entonces paso. Tu esencia se difundió por el aire y en el instante sentí tu mirada sobre mí. Te veía sonreír y tú me veías temblar, aunque no sabías que estaba temblando. Me sonroje y no te pude quitarte la vista de encima. Cuando desapareciste recuerdo que me quede tan vacío y tan intrigado. Ese fue el día en que comencé a buscar tu mirada. Cada vez que caminaba entre las personas, que me sentaba bajo la sombra o que inhalaba un poco del aliento de la muerte, buscaba tus ojos. Solo quería volver a sentirme vivo.
Recuerdo que los días pasaron y tus ojos no se asomaron, hasta que me encontraste. Sabias mi nombre y ahora yo conocía el tuyo. La emoción era embriagante y no sabía que sentimiento era más fuerte, el miedo o la alegría. La intensidad de lo que tus ojos provocan en mi me atemoriza, pero la belleza de la sensación que dejan me hace sonreír esperanzado. De repente luchaba con una imagen en un monitor, intentando buscar en ella el mínimo rastro de lo que tus ojos provocan en mí. Durante horas estuve observando tu imagen, deseando encontrar en ella algún indicio del porqué de esta conexión. Al día siguiente todo lo que quería era verte y que tu no me vieras. Quería observarte desde la distancia y solo verte pasar. Verte sonreír. Ver que estabas vivo y averiguar si eso me hacía sentir igual de vivo. Me encontraba en un dilema en que no quería verte porque no quería me vieras y al mismo tiempo moría por hacerlo porque necesitaba observarte.
Recuerdo que, por cosas de la vida tu presencia parecía atraerme, pues te encontré. Estabas de espaldas y yo solo me paralice. Te observaba leer y esforzarte por aprender alguna lección. Por un momento pensé en sentarme a tu lado y solo verte, sonreír y luego marcharme. Sin embargo el miedo era más fuerte que el deseo y comencé a huir silenciosamente. Aun así tu tienes un efecto adictivo sobre mí, pues las ganas de sentirte cerca solo aumentaron. Cuando volviste a aparecer y me viste, apenas pude aguantarte la mirada. Comencé una lucha masoquista entre la opresión de tus ojos sobre mí y mi enorme deseo de verlos. Te posicionaste de tal manera que nos separaba una puerta de madera y lo único que podía ver eran tus pies. Comencé el fracasado intento de leer tus pensamientos por medio de tus pasos. Me preguntaba si me habías visto, si querías verme. Como todo tiende al equilibrio en esta vida, de la misma manera en que apareciste, te desvaneciste. De repente no estabas y yo me quedaba tan vacío. Con ganas de salir corriendo a buscarte.
Recuerdo que esa noche charlamos. En cuanto vi tu mensaje el mundo parecía contraerse y luego explotar entorno a mí. En cuestión de segundos calcule cada posibilidad, cada respuesta y sencillamente te respondí. Yo te pregunte el “por qué” que tanto me atormentaba y tú frenaste mi impulsividad. Propusiste un juego que me resulto de lo más encantador, después de tanto tiempo sin jugar la experiencia me parecía fascinante. Recuerdo que tú preguntabas y yo respondía, que posteriormente los papeles se invertían. Yo media cada pregunta, la planificaba intensamente y a través de preguntas aparentemente simples intentaba leer las palabras escondidas de tus respuestas. En contraste total con mis preguntas, mis respuestas en cambio eran totalmente espontaneas, tan sinceras y tan honestas, que dejaban al desnudo todo mi ser, pero nunca sentí necesidad de cubrirlo. Hablar contigo me resultaba tan natural.
Recuerdo que las preguntas lentamente iban aumentando de profundidad y sin avisar todo sencillamente exploto. No sé quién de los dos detono la bomba, solo sé que ambos la armamos. Nuestra tristeza, nuestra soledad y nuestros miedos comenzaron a brotar como hormigas defendiendo su hogar, pero no peleaban entre ellas, si no que de alguna manera parecían complementarse. La sinfonía de tu boca y los versos de la mía parecían formar una bella pieza musical. Esa noche acordamos vernos al día siguiente y yo no sabía que esperar de esto, de ti, de mí.
Recuerdo que me levante muy emocionado. No sabía ni que ponerme y tampoco importaba realmente, solo esperaba que hiciera que me vieras. El camino se me hizo eterno y deseaba no ser gato, sino ser un águila o al menos un colibrí, para salir volando y evadir los obstáculos terrestres. Cuando te vi deseaba sorprenderte, no tenía idea de qué hacer cuando te tuviera cerca, pero intente acercarme sigilosamente. Aun así mi nerviosismo y mis ganas de ver tus ojos parecieron delatarme. Por primera vez hice contacto con tu piel y aunque solo fue por unos segundos que tu mano choco con la mía, grabe la sensación en mi memoria para el resto del día, quizá para el resto de la vida.
Recuerdo que entramos a un salón y nos retiramos al fondo. Tú comenzaste a pelear contra el silencio contándome de tus aficiones. Yo solo quería verte hablar y grabar tu voz en mi memoria. Escuchaba atentamente a todas tus manías y tus excentricidades. Atentamente veía y oía todas tus peculiares aficiones que me parecen tan bellas y tiernas. Tu mirada ya no me hacía temblar, pero aún me hacía sentir muy vivo. Me preguntaba cómo se sentía tu piel y cuál era el olor de tu cabello. Me cuestionaba que pasaba por tu cabeza. Salimos de allí y nos fuimos a sentar. Me senté primero deseado que te sentaras a mi lado, en cambio elegiste poner una mesa de muralla entre nosotros. Pensé por un momento cambiarme de lugar, pero no quería incomodarte, pues ya conocía tus miedos. Recuerdo que terminamos hablando de tus temores y solo conseguiste remover en mí el recuerdo de cómo me sentía yo cuando los tenia.
Recuerdo que me dijiste que lo que querías era un amigo, no era que no desearas otra cosa, sencillamente preferías un amigo y quizá, solo quizá, podría ser que algún día de una amistad saliera algo más. Notaste la decepción en mi mirada o la escuchaste en mi tono de voz, no sé qué fue lo que me delato. Yo solo te mentí con la verdad. Al final te dije que lo único que quería era darte lo que querías, lo cual es cierto. Te dije que lo mejor que podía hacer seria acompañarte, lo cual es verdad. Te dije que sabía que tarde o temprano me lastimarías, de lo que estoy seguro. Te dije que eso no significaba que me alejaría de ti, cosa que es un hecho. Lo que no te dije, era que en el fondo moría por besarte. Lo que no te conté, era que yo tengo más miedo que tú, pero yo tengo más experiencia ocultándolo. Lo que te oculte es que en el fondo, solo soy un niño asustado que ruega por un poco de amor reciproco. Porque si, mi corazón funciona de manera diferente de la del resto de personas. Nunca he necesitado que me quieran para querer, ni que me amen para amar. Quiero por decisión propia, amo por razones de mi corazón. En lo que te mentí, fue cuando te dije que no estaba decepcionado, porque si lo estoy, profundamente decepcionado… de mí. De no poder hacer más. De no poder arrancarte el miedo como quisiera. De no poder demostrarte que el amor no se elige y que venga de donde venga, el amor es amor.
Recuerdo que comencé a pensar en cuanto tiempo pase en el mismo dilema que tú. Por un momento comencé a discutir con todas las voces de mi cabeza intentado decidir si debía alejarme por ti, por mí o no debía hacerlo. Sencillamente concluí que era tonto pensarlo puesto que, aunque quisiera alejarme, aunque me lastimara estar contigo, ya era adicto a tu presencia. No importa lo que pase, va en contra de mi naturaleza abandonar a las personas. Tome tu mano por primera vez y solo quería entrelazar nuestros dedos, pero no quería aferrarme a ti. Comencé a leer cada uno de tus falanges sin decirte una palabra de lo que halle. Tú escribiste mi nombre en tu cuaderno y me lo regalaste. Subestimaste el valor que yo le doy a las cosas insinuando que podía desecharlo si quería. Realmente no te imaginas que las cosas más simples son las que más valor tienen para mí. No tienes idea alguna de lo que esa hoja significara para mí el resto de mi solitaria existencia.
Recuerdo que nos levantamos y caminamos otro rato, buscando un sitio que no tuviera una barrera entre nosotros. Volví entonces, después de mucho tiempo, a un sitio donde había dejado muchas emociones. Donde había derramado muchas lágrimas. Donde había dado tantos besos. Donde me habían apuñalado no por la espalda, si no lentamente por el pecho. Mas el estar contigo, hacía que no importara. El dolor de esa herida parecía haberse desvanecido ya para siempre. Tú cortaste una flor de un árbol y me la regalaste. Sentí su aroma y comencé a pensar tantas cosas. ¿Los hombres se regalan flores? Esa flor. Esos pétalos amarillos me parecieron un regalo tan extraño, peculiar e inusual. Aun así, me parecía el regalo más sencillamente tierno y lindo que alguien me haya hecho. Jugué un rato con la flor en mi mano y la guarde. Me trague las ganas de llorar y comencé a abrir aún más mi corazón contigo, esperando así sacarte un poco de tristeza, al meterla dentro de mi alma. Mis esfuerzos fueron en vano pues éstas fuertemente sellado.
Recuerdo que fui sincero contigo y te conté mi propósito en este mundo. Te hable de lo triste que se ha vuelto mi vida y de cómo he dejado de interesarme por ella. Te revele que mi principal propósito en este momento es hacerte sonreír de verdad. Tu solo me abrazaste. Yo moría por hacerlo también. Por aferrarme por un momento a ti y sentirme seguro, a la vez que te protegía. Pero sabía que si lo hacía terminaría llorando en tu hombro y quizá no podría controlar las malditas ganas de arrancarte la tristeza. Me calle tantas cosas y solo te pedí que me dejaras acompañarte. Nos ocultamos de la lluvia y nos sentamos un poco más cerca. El calor de tu cuerpo parecía tener un efecto hipnótico sobre el mío. Bese tu mejilla y tú te recostaste en mi hombro. Te rodee con un brazo y tomaste mi mano. La besaste y yo quería llorar en ese momento. Termine recostado sobre tu pierna y charlamos otro rato. Tu intentabas decirme algo de muchas maneras diferentes y yo no entendía nada de lo que decías, estaba muy ocupado traduciendo el único lenguaje que sé que no puede mentir, el de tus ojos. Parecías sentirte feliz o al menos contento. Esperaba así fuera, eso me hacía sentir un poco mejor conmigo mismo. El tiempo pareció escaparse de mis manos y llego la hora en que te marchaste. Cuando te fuiste y te vi alejándote, solo sentía como gradualmente me arrancaban la sensación de estar vivo y pasaba a un profundo estado catatónico.
Recuerdo bien todo esto. Ahora me acompañara por toda mi vida. Solo espero que no sea el final de nuestros recuerdos, pues hay mucho que quiero hacer contigo. Tanto que voy a mostrarte. Solo espero que me lo permitas. Quisiera que entendieras que cuando te veo a los ojos y te sonrió tiernamente, es porque cuando hago eso consigo enterrar mis lágrimas dentro de mí. Quisiera que supieras que cada vez que suspiro es un beso que no te doy, aunque muero por hacerlo, pues sé que es quizá el método más eficaz para extirpar la depresión. Quisiera que vieras las cosas como yo, pues no puede ser que el amor, que no daña a nadie más que a quienes lo sienten, este mal. Quisiera que me creyeras cuando te digo que yo solo quiero hacerte feliz y no podría hacerte daño ni abandonarte. Quisiera estar contigo y nunca dejar de sentirme vivo. Quisiera, solo quisiera, saber porque es tan malo es que los hombres se regalen flores. Quisiera tanto decírtelo. Decirte este sentimiento inexplicable que comienza a quebrantar mis murallas nuevamente buscando salir. Pero sé que no me creerías. Yo tampoco lo creería de no ser porque lo siento. Porque no puedo evitar sentirlo. Aunque acabamos de conocernos. Aunque para ti este mal. Aunque tus temores sean tan enormes. Aunque yo esté tan quebrado. Aunque el mundo esté en contra de ello. Aunque tú no puedas creerlo. Aunque parezca completamente imposible e ilógico que suceda esto tan rápido. Aunque tú no quieras que pase todo tan aceleradamente. A pesar de todo eso no puedo evitar sentir, que de alguna manera, la profunda tristeza de tus ojos y la soledad que compartimos. Lo hermoso de tu ser y las sensaciones que provocas en mí. La flor que me regalaste y mi nombre en tu cuaderno han provocado que yo me esté enamorando, tan alocadamente, como mi corazón hexagonal puede hacerlo.
Atte.: Apolo.