«I’m so mad I’m getting old it make me reckless». Cuando éramos jóvenes.
«Estaba escuchando una canción de Adele cuando pensé en esto. En las “últimas veces”. Uno a veces no sabe cuándo será la última vez de algo. ¿Se debería tener cuidado? A estas alturas pienso que sí. Recuerdo, por ejemplo, una cafetería, cerca a Independencia. Había jarrones con pequeños claveles al centro de la mesa. Teníamos ensalada de fruta entre la lengua. El sol caía oblicuo sobre las flores y sobre tus ojos. Recuerdo tus ojos como un abismo. El vértigo, el deseo de lanzarse. La cima de una montaña, los árboles del Amazonas, las plumas de algunas águilas y búhos, el café humeante entre la lluvia. Pensé en todo lo que me gustaba y que tenía el mismo color que tus ojos. Los caballos. Yo no sabía, por ejemplo, que ese día iba a ser el último día que los vería con ese brillo. Con esa señal de amor. Así perdí muchas cosas. La última vez que te vi sonreír, sonreír con ganas. La última vez que te escuché contar un chiste. La última vez que vimos una paloma y gritaste porque las detestas. La última vez que comimos helado. La última vez que cocinamos juntos o salimos a bailar. La última vez que dijiste que hacía frío en la calle y nos metíamos en un café o corríamos a casa para meternos en la cama. La última vez que te vi desnuda. Yo no entiendo muy bien el acto de cerrar un ciclo pero me temo que tiene que ver con ser conscientes de que será “la última vez”. Si hubiese sabido que aquella tarde sería la última vez que tocaría tus labios, por ejemplo, me hubiese esmerado en guardar un buen recuerdo de ese beso. De hacerlo durar todo lo posible. De no mancharlo con la melancolía anticipada del nunca más. De besarte como si te dejará mi vida en tus labios. Ahora pienso en un cuento de Borges, sobre un prisionero que le pide a Dios detener su ejecución para terminar una novela. Y Dios, en su misericordia ante el escritor, detiene la bala mortal unos centímetros antes de impactar. El tiempo se detiene menos para el prisionero, que escribe mentalmente su novela, segundo a segundo, hora tras hora, día tras día en un tiempo que no es, inmóvil, frente a la bala. Luego de terminar la novela la bala continúa su camino hacia la muerte. Hubiera pedido a Dios el tiempo suficiente para despedirme bien de tus labios. Que se detenga el tiempo para poder imaginar que maduramos juntos. Que visitamos más cafeterías. Tiempo para imaginar que vemos todas las películas que se grabarán en el futuro. Tiempo para imaginar que regresamos a casa y conversamos de ellas bajo las sábanas. Tiempo para imaginar que nos cubrimos con una manta cuando llueve y pensamos en nombres y tiempos. Tiempo para imaginarnos en una discoteca, en una exposición de arte, en un concierto. Y así, solo después, decir adiós. No lo sé, no sé si así el ciclo estaría cerrado. ¿Tu qué piensas? Claro, de cuando éramos jóvenes. Creo que estaríamos tranquilos, sabiendo que se hizo todo hasta el final. Que nos quisimos como nunca hasta el segundo antes que dejamos de hacerlo. Es confuso. El ser o no ser. Desde entonces me digo siempre, ten cuidado, está puede ser la última vez. Mañana puedo morir, nunca se sabe. Voy al cine. A veces me ilusiono o creo que me enamoro. En una reunión me embriago y me hago amigo de alguien. Corro por la madrugada hasta que me duelan los muslos. Le pongo mantequilla a las cosas, igual podría morir mañana, nunca se sabe. Si me atrae alguien me aseguro de que sea una buena ilusión. Uno se puede morir mañana y no hay tiempo para mancharse los labios con besos sin sentido. No tengo perros pero alimento a los de los vecinos, aunque por las noches me desconozcan. Viajo, monto la bicicleta y voy hasta donde terminan los caminos. Duermo hasta que me duele el cuerpo. Entristezco hasta el borde del suicidio. Porque podría ser la última vez. Quería comenzar esto citando mi habilidad para recordar los hechos, mi buena memoria. Y comenzar también con el génesis de ello, mi habilidad mayor para meterme en problemas. Que aprendí a salir de problemas demostrando mi inocencia con lo narrado al detalle. Pero pasa algo. Hace unas horas vi una fotografía. Era una reunión de cuando tenía 17 años. Cosas que he olvidado. Y como si fuese una pequeña ficha de dominó he comenzado a recordar muchas cosas en las que también estabas presente. Las he olvidado y son cosas alegres. Ahora pienso que los ciclos se cierran solos. Basta ser feliz y la historia se olvida, mejor dicho, se archiva hasta que sea recordada. Las cosas tristes, nuestras culpas, son las que no se archivan. Son las que necesitan trabajarse. De esas hay que tener cuidado. En mi afán por cerrar ese ciclo pienso siempre en la forma que debí haber disfrutado de esas “últimas veces”. Ahora ambos hemos cambiado y quizá no nos importe realmente. Pero usualmente me sorprendo pensando en nuestro último beso, en la última vez que te tome de la mano y sentí que estaba sujetando lo más importante en mi vida. Y corrijo, no fueron las últimas veces, sino solo las veces que se desperdiciaron por alguna pelea, por algún sin sentido por algún rencor pasajero. Solo porque éramos jóvenes. Solo porque estábamos aprendiendo a amar.»
Félix Arapa
Vier., 6 de nov. de 2020
Escribo porque tengo cierta inclinación por eso que a uno le arde en el pecho cada vez que dos ojos y una boca caben perfectamente en el alma de la vida, eso que hace supurar del corazón el nacimiento del amor. Y todo lo calma. Y todo lo envuelve. Para unirse al corazón de las estrellas y al instante, comenzar la vida, latir el amor y sentir, por primera, segunda, tercera, cuarta y quinta vez, tu plena existencia en el universo.
Domingo, 18 de octubre de 2020
12:16 a. m.
Vulnerable la mejilla, la boca, la frente(); mi imaginación desde el no recuerdo que recuerdo. Las olas del cielo desde tu cielo van azotando la lluvia, la despedida, el derrumbe, el corazón… corazón, no llores que se nos moja el alma. Y el atardecer… nos alcanza parados desde cada lado de nuestro mar. Y no amar (...)
Enero de 2019
Regreso de los mares que comprenden un estigma para ellos. Porque vomito polvo y barro palabras, no entiendo que lo comprendo porque lo dejo ir, porque reprimirse es voltearse al tiempo de la flama y abrazar la orilla.
Sáb., 23 de jul. de 2022
3:27 a. m.
Me evado de mi propia concepción del mundo y mis preceptos se van a la mierda. No he vivido en absoluto. En mi interior se libera un juicio novelesco en el que tomas mi alma y me absuelves de toda esta ruinosa vida sin ti a mi lado. Mi corazón pronto será una supernova de tanto figurarte estrella. Yo, simple mortal, con un cegador ángel en la mente. Demasiado atrevimiento, incluso para el lenguaje. Pero en mi interior se desata un cataclismo sin resolución, así que he bautizado a mis latidos con tu nombre. En mí, eres incurable… Quiero escucharte mil veces hasta aprenderte, respirar tus pueblos y sobrevivir tus besos, contagiarme de todos tus males para comprender tus incendios. Terriblemente bello es este insomnio; e incansable, la memoria.
En algún lugar del mundo alguien sueña que mueres y que todo es culpa de su cobardía.
Toda su atención está inmersa en algún punto de la cama. Aún es el que observa la última escena y, por eso, no puede, por instinto, asegurar que nadie lo está viendo llorar ().
Intenta prescindir del dolor para que sus manos estrujen su propio corazón sin dañarlo, como tratando de huir de una caída terminal; inconscientemente, trata de evitar la impresión que será el alimento para la fuente de su consternación. No quiere ser un criminal, tampoco matar su propio corazón; está casi tan asustado que trata de corregir torpemente la historia. No quiere que la cobardía sea parte de su humanidad nunca más; pero, el tiempo corre y ve que nada se puede modificar, aunque llore, grite, sangre y tiemble el corazón sobre el papel. El amor de su vida muere porque otra persona así lo soñó. Fue un sueño. Su persona amada debe odiarlo sin conocerlo porque, en el sueño, él también la quería; su propio corazón, inconsciente, también lo hace, con tal ímpetu que ahora le es casi imposible respirar. Lo mismo pensó el que soñó: que era imposible que ella muriera, que no hubiese soñado con el corazón, imposible que la causa fuese su cobardía.
Lo que fue un sueño impersonal se transfiguró en la realidad más espantosa de toda su existencia, acaso para otro, acaso para mí.
La única forma de volver es regresar sin haberse ido. Regresar de no pensar, regresar de no ser, regresar de soñar, regresar de los ojos cerrados. Y también de los ojos abiertos.
Roberto Juarroz (via exnoctambulo)
Agosto de 2018
A veces, la impresión de un sueño dura toda la tarde.
A veces, a mi tristeza se le escapa tu risa y no sé qué hacer con tanta vida.
Elvira Sastre. Aquella orilla nuestra
Mar., 5 de nov. de 2024
2:35 a. m.
Te quiero. Sí, Te quiero. Absurdamente. —Desfallecida ya—.
Ha decidido levantarse la muerte en rebelión ante el áspid de un olvido que no me deja morir. Y yo solo he sabido decir “te quiero” en un idioma que solo entienden aquellos que fueron enterrados en vida.
¿Alguna vez...?
Me construiste para luego protegerte de mí, y desconocer mi cariño. ¿Por qué viniste por mí y no me arrebataste, de los labios, tu olvido? Qué hago yo renegando de mi cariño está noche si lo que aprendí a mirar cada día fue...
(tus tres nombres)
Sufro de paranoia, porque me hicieron a imagen y semejanza de un dios que no existe.
Yo misma me negué tres veces.
¿Qué esperas de mí ahora?
¿Dónde coloco tus flores?
¿Dónde lloro tu nombre?
¿Dónde beso tu olvido?