La llovizna, la noche y las estrellas se irán. Mas tú... Tú revolucionas todo a tu alrededor, incluyendo mi corazón.
Nadie jamás fue antídoto y veneno, hasta que conocí el peso de su ausencia.
Sáb., 12 de dic. de 2020
Siete veces por cada segundo, si yo fuera nada más que luz, y tú fueras la tierra en movimiento, siempre en movimiento. No tengo dudas de que habremos también de encontrarnos ahí. Ahora no es que sea difícil, pero sentí que tenía que venir a contártelo. Te mando muchos besos.
Mar., 10 de nov. de 2020
Un encuentro bello que pinta mil arcoíris sobre estas noches andantes en las que te nombro y te suspiro dos besos (...)
Nilton Santiago
Sáb., 26 de dic. de 2020
Hay días que se cuentan solos, que no se pueden resistir y nos hacen sonreír por una muchacha. Ay, muchacha de mi vida, selva viva y fuego del alma, yo suspiro el mundo entero cuando te veo pasar. Me crecen nuevas flores en cada lápida de mi corazón, brotan de repente tallos elegantes, tiernos y rebeldes que se envuelven con los aires suaves de tu sonrisa, y hacen gritar al camino: Por acá está pasando la verdadera vida.
“El amor enloquecido me duró
hasta que se lo llevó sin
misericordia el ventarrón de
la vida real.”
Gabriel García Márquez
CANCIÓN DEL MUNDO
Si alguna vez callásemos
como callan los árboles, las nubes
y las piedras, podrían escucharse
los árboles, las nubes y las piedras.
También en estas cosas se escucha una canción.
Y desde su silencio nos invitan
a creer en la voz que sin verbo habla.
Así,
mientras alguien fabula estrategias que calmen
su incertidumbre,
un lúgano le canta a la mañana
y el cielo le regala los colores del bosque.
Mientras alguien disfraza con plegaria su miedo,
un milano dibuja su vuelo entre las nubes
y esparce libertad.
Y mientras alguien busca con palabras
la respuesta que salve su alegría,
la primavera llega, tan callada,
y expande los secretos de la dicha.
El mundo nos entona su canción.
Una canción en blanco,
sin dictado ni acorde, sin ciencia ni conciencia,
que de la nada viene y en todo se refleja.
Basta callar, dejar cantar al mundo
y oír su voz fugaz para entenderlo.
• Constantino Molina Monteagudo, de Las ramas del azar, 2015
• Edward Weston, retrato de Flora Chandler Weston
Cálido invierno
Yo creía ser devorado por el horizonte.
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Mudo como las cosas, como el dolor, como todo lo que no se elige.
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Todo esto es una fuga. Sé que los ojos saben cerrarse, pero eso no es suficiente.
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Recóndito y exangüe conocimiento que soporta la complacencia de mantener constante el flujo de pensamientos cualesquiera. De los gritos hacia el silencio, no hay nada que consuma hasta el hartazgo el quebranto de los intereses emocionales.
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Sombras que se alzan entre la misma muerte, volátiles, como materia que representa la capacidad inerte de amar y no ser amado. Quisiera aparecer y reaparecer por un instante que no sea tiempo; quisiera arder, arder sin flama.
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Vejez prospectiva lejos de la juventud, llena de preámbulos que llegan a ser los desertores de la confianza que templa mi ordinaria sombra. Quisiera la incapacidad que reafirma la conmiseración por esta naturaleza cárnica, condición de sombra lentitud e interioridad insondables. Pero la oscuridad aguarda intranquila, recorre la persecución que repiten mis manos, otorga la risa que baña las coartadas de la tarde. Tal vez, algún rayo de sol prefiera dudar; otro, confiar que mi alma fue destinada para algo más que el infierno.
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Las sombras antes que los cuerpos llegan, mas no dicen nada, no oyen nada. Melancolía que se ha arrastrado mal herida y no entiende la llama de los siglos; abismo marginado por endemia, que florece por abril y marchita por concesión de las lágrimas, que de soledad reviste a la inflamación de mi alma, la silueta de un sueño, y la oscuridad de un rostro.
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Temeroso de ofender, algo casi inviable. Ruta que no debería buscar, que debería perder y tal vez encontrar.
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Quien se ha perdido.
Quien ha perdido.
Ha perdido perdido.
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No hay tiempo para lo que ya es suficiente.
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Confuso por los labios. Un relieve bajo el suburbio de solo sombras; el inicio y el final de un cuento sin impresiones; un más allá de la muerte que no ha olvidado respirar (...)
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Las nubes sonríen por una lágrima pero no forman caminos como la ciudad que adormece a los vagabundos de esta tristeza colindante.
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Supongo muchas cosas.
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Ya no tiene 17. Fingir desconocimiento hace que el disparador pierda el movimiento del tiempo y se disipe como si nunca hubiese llamado máquina a su cuerpo. Aquellas horas donde establecía disonancia con la realidad terminaban...
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La luna y la llovizna suave colisionan -¡como si de mi pecho tratasen al enemigo! Un descarnado anonimato termina cruzándose la sien, lo he oído gritar, sensible, excesiva y dolorosa manera; mas la luna decorosa y predispuesta se halla. Porque la quiero, porque la mutilación dio al anonimato, porque de mi pecho trascienden las ficciones que conducen a las viejas paredes que despabilaron una noche. La noche colgaba su rostro sobre mi pecho, mis ojos colgaban de la llovizna de aquella noche. No había mediación, las conciliaciones habían terminado.
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Cuadro de la desesperación que no llama al desvanecimiento y desapropia su definición. Cuadro que emerge, nace y sale de mi vientre para probarme que no entiendo; que la misma palabra que sumerge a la noche dentro de ese paraje que hace andar su tristeza, no es tan solo el retrato de una total pérdida del ánimo, sino, un encuentro desenmudeciendo detrás del dolor.
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Los espejos son amores que vislumbran los ojos de su linaje. Yo odio los espejos.
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Mis sentidos están cercenados por agujeros que ahogan un propio fluido. He perdido lo que soy y lo triste que fui por caminos que saben señalarse con un gesto amargo de pasos tambaleantes, oscuros y sangrantes, sedientos de impunidad impalpable a los ojos de los tristes.
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La intervención que sujeta el estertor de la muerte: funesta mezcolanza e inasible como una idea; estulticia que ha desgreñado un indecente; juicio ensordecedor que solo tiene uso antes de un mediodía caído e inadecuado, antes de las acciones irreparables inherentes a la tristeza. Dice tanto que la persecución me atraviesa la boca y escucho los murmullos por palabras.
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La maleza de los sueños que no logro concebir como míos son secretados por la imperceptible naturaleza de la imaginación doliente y silenciosa. No creo haber descubierto espesura de una intervención más entrañable que la del amor; sin embargo, me observo alterado por todas las formas inacabables que se presentan del divagar, del pensamiento tan distante.
Lejos de aquello: esto
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No duermo y pienso que leo, que escucho, que siento; pero nada de eso es leer, escuchar ni sentir. Y eso es to’, ahí se quedan mis ideas.
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Las personas tienen una compleja y destellosa forma de pensar, aún no lo entiendo, no comprendo nada; pero aún así, los veo observándose. Los veo, llegan a las miradas de quienes parecen comprenderlos en su más íntimo sufrimiento.
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27 de Junio de 2017 Apolo es un Dios.
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Lloraría igual si me fuera a morir. Desaparecer. Desaparecer de todo pero no morir.
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No puedo volver a llegar, ser parte de esos que te escribieron. Cambiar toda esa colección de sentimientos faltos de alegría.
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Me dice que no sabe ser débil, que puede ser frágil por dentro y, por fuera, un muro donde la piedra de doce ángulos representa su corazón
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(…)Me detengo y observo precedidos todos los sueños que este último tenía planeados para mí, recelosos por la inconsciencia de no querer saber cómo funciona el mundo. Regreso y me veo en los largos años, me veo implicada en lo tormentoso de lo que alguna vez fue mi evidenciada tristeza.
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Mi tentativa por obviar el peso de las horas me expulsa al encuentro de un sueño donde se pueda susurrar hasta que el latido del corazón paralice mis temblorosas manos y altere mi cuerpo. Buscándola siempre en las voces de aquellos que aún no perdieron sus sueños.
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Es como si mis pensamientos estuvieran escondidos, mirándome a lo lejos...
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(…)Como no pensar en lo que no entiendo de mí. Porque lo que entiendo de mí está notando la huida de todos estos años.
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Ni siquiera me di cuenta de las mariposas que había en mi estómago
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Temo de mí , de las inseguridades y de todas las cosas que he pensado seguras. De cada noche oscura e ineluctable. Sentía al miedo permitiendo las insinuaciones de la noche. Y como si se hubiera camuflado entre los pensamientos que tenía antes de pensar en María, se espesaba entre mis labios y me ahogaba sin dejarme espacio para decir su nombre. Sin previsiones de lo que sucedería después, terminé aislado en el rincón más oscuro de mis pensamientos, escuchando a los recuerdos retorciendo la realidad, deambulando sin tener una clara imagen de la dirección, aceptando todo, incluso la muerte en el aire frío de aquella noche .
Esa fue una de las primeras noches de invierno, esas que se llevan a uno de los infinitos impulsos que materializan el alma. Echar a andar la imaginación era lo único que hubiera querido hacer si la necesidad de volver a decir su nombre no hubiera asaltado mis pensamientos
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Es raro lo que siento al despertar y al acostarme, hasta caminar…
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Dormí y supe que el amor existió nunca lejos de los sueños.
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Demos amor a la tristeza me suplican los sentimientos...
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Y entonces vuelves y olvido todo lo que tenía que decirte.
Y todo a mi alrededor contribuye para contradecir al silencio
Me duele el corazón y un pesado letargo aflige a mis sentidos,
tal si hubiera bebido la cicuta o apurado un opiato hace sólo un instante y me hubiera sumido en el Leteo.
Y esto no es porque tenga envidia de tu suerte, sino porque feliz me siento con tu dicha
cuando, ligera dríade alada de los árboles, en algún melodioso lugar de verdes hayas e innumerables sombras
brota en el estío tu canto enajenado.
¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado en las profundas cuevas de la tierra que supiera a Flora y a la verde campiña, canciones provenzales, sol, danza y regocijo!;
¡Oh, si una copa de caliente sur, llena de la mismísima, ruborosa Hiporcrene, ensartadas burbujas titilando en los bordes, purpúrea la boca: si pudiera beber y abandonar el mundo inadvertido
y junto a ti perderme por el oscuro bosque!
Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar, que entre las hojas tú nunca has conocido la quietud, el cansancio y la fiebre
aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
donde aun el pensamiento se llena de tristeza y de desesperanzas,
donde ni la belleza puede salvaguardar sus luminosos ojos por los que el nuevo amor perece sin mañana.
¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti. No me conducirán leopardos de Baco sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente: ¡ya estoy contigo! Suave es la noche y tal vez en su trono aparezca la luna circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña desde el cielo el soplo de la brisa cruzando el oscuro verdor y veredas de musgo.
No puedo ver qué flores hay a mis pies ni el blanco incienso suspendido en las ramas, pero en la embalsamada oscuridad presiento cada uno de los dones con los que la estación dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura: pastoril eglantina y blanco espino, violetas marcesibles recubiertas de hojas y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
la rosa del almizcle rociada de vino morada rumorosa de moscas de verano.
A oscuras escucho.
Y en más de una ocasión he amado el alivio que depara la muerte invocándola con ternura en versos meditados para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce, dejar de existir sin pena a medianoche ¡mientras se te derrama afuera el alma en semejante éxtasis!
Seguiría tu canto y te habría escuchado yo en vano: a tu réquiem conviene un pedazo de tierra.
¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal! No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche fue oída en otros tiempos por reyes y bufones; tal vez fuera este canto el que una senda encontró en el triste corazón de Ruth,
cuando enferma de añoranza, se sumía en el llanto rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas ventanas que abren a peligrosos mares
en prodigiosas tierras ya olvidadas.
¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La fantasía no consigue engañarnos tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece al pasar por los prados vecinos, el tranquilo arroyo y la colina; ahora es enterrado en los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?
John Keats, Oda a un Ruiseñor