Alberto Fuguet, Sobredosis
7 de marzo de 2021
2:38 a. m.
Amigo mío, solo ella y yo entendemos lo que hay detrás de estas íntimas correspondencias. Llega a mí en el acto, en la revolución, en el ensueño de nuestras diferencias. Todo lo que ebulle en mi sangre existe y se recicla en mi corazón, previniendo el destierro de lo que a veces no llego a decir con palabras.
Un día como hoy, ¿recuerdas? hablábamos de lo grandioso que era vivir respirando el mar habiéndose uno enamorado. El tiempo era indistinto entre tus labios; tus ojos, tus gestos, tus silencios, todo cuanto pudiese entrever, expresaba tu amor por Eloise. Era como un exorcismo en el que siempre salía más vivo que nunca y más loco que de costumbre; pero tú no te inmutabas, solo suspirabas y me sonreías. Loco. Yo sabía que eso no te llevaría a ninguna parte y te lo había dicho en más de una ocasión.
Ahora tengo que responder por ti y por todos los sentimientos que dejaste cuando decidiste aislarte del mundo para siempre. A menudo, me pregunto cuántas cartas seré capaz de responderte sin llorar. Tonto.
Eloise ha vuelto a preguntar por ti y yo le he obsequiado, esta mañana, la última carta que recibí del correo. Espero que sepas perdonar mi imprudencia; sin embargo, nadie, que estuviese cuerdo, haría llorar a Eloise, porque es una gran mujer y porque te ama. Y solo yo sé de su amor por ti. Y tú, aunque intentes mantenerte al margen hasta el punto de no poder respirar, citando tu última carta, sé cuánto te importa tu esposa: mil novecientos noventa y nueve cartas para ella y veintiocho para los amigos.
Ella siempre logra intuir mis pasos y los acompaña, deslizándose suavemente en el aire, entre los árboles y las nubes, cubriendo con su esencia angelical la cumbre de todas las pasiones, haciendo cantar al remanso, viéndola reír, jugar con las pronunciaciones. Me persigue la algarabía de los días felices. Y si pronuncio hogar es porque ella existe. Y si pronuncio amor: el mundo entero para querernos (…)
Dom., 23 de oct. de 2022
Tú sabes que, siempre, tendrás un vestigio de universo en mi corazón quejumbroso dispuesto a devolverte la sonrisa por si decides aparecer con tus vueltas.
Enero de 2019
La disciplina se sucede al despertar de las interrogaciones, sin luces de pertenecer a un día que nombrado sea como el contemplamiento de las horas. Y como herencia de un accionar reflejo, sin póstumo remitente ni remirado personaje, vuelto y violentado por la calma de volver su felicidad un entresijo entre dos velas.
Sáb., 12 de dic. de 2020
Siete veces por cada segundo, si yo fuera nada más que luz, y tú fueras la tierra en movimiento, siempre en movimiento. No tengo dudas de que habremos también de encontrarnos ahí. Ahora no es que sea difícil, pero sentí que tenía que venir a contártelo. Te mando muchos besos.
“Eres como una ola. Una maldita ola gigante, pero siendo una ola, no lo eres. Eres los momentos que requiere esa ola para ser una ola. ¡En serio quisiera poder pintártelo! Imagina ese muro salado: toda la perfección que necesita para convertirse en un muro de agua que se sostiene en la nada tan sólo por un instante inimaginable. Toda esa perfección. Toda esa calma. Pero una ola no es sólo eso, necesita derrumbarse y agobiarte con su desplome implacable, con esa espiral extraña: una violencia con un sentido estético, pero sin consciencia, que te cae encima y te abruma con su voluta violenta que segundos, o menos que eso, era un muro perfecto. Después regresa… a formar parte del todo. Y tú, en este caso Yo, no tienes ni idea de qué te acaba de pasar, pero estás empapado. Y ya. La vida nunca volverá a ser igual, una ola te empapó, y ella, en este caso Tú, como si nada, porque simplemente esa es su naturaleza, eso es lo que hace.”
Enero de 2020
()Y es ahí cuando uno acaba por entender...que los sentimientos arden incluso antes de tocar el mar de la razón. Y eso me seguirá pasando hasta que mis ojos, mi razón y todos mis sentidos, en caída azimutal hacia la muerte, dejen por fin de creer en fantasías de nubes y lloviznas accidentales.
A los alrededores de la cómoda habitación, afuera, en el balcón, igual que todas las madrugadas, mis cansados ojos apreciaban una pálida pared que proyectaba, gracias a la luz que provenía de la habitación contigua, la imagen de una mujer; una mujer en todo su esplendor, una mujer de aspecto frágil y delicada pendiente, una mujer que había conocido hace poco en el parque central de la pequeña ciudad. Sus movimientos ilustraban naturalmente una rutina () e inquietaban, a la par del comienzo de una breve conversación,() el deseo de acercarme. Había tenido el pensamiento ausente durante lo que duran dos largos suspiros, quería quedarme bajo la protección del reflejo que se reunía para volverme loco. Estaba encantado con la silueta de una mujer que llegaba cada noche a proteger su propia felicidad (...)