#DíaMundialdelaPoesía #DíaDeLaPoesía
SONETO DEL AMOR ATÓMICO | Luis Alberto de Cuenca
Has minado la selva de mi pecho.
Le has dado fuego a todos mis olvidos.
Has llenado de muertos y de heridos
el pacífico reino de mi lecho.
Te has subido a la lámpara del techo
para bombardearme los sentidos.
Has vertido explosión en mis oídos
con tu voz nuclear siempre al acecho.
No más fisión, amor, no más ojivas
ni más misiles en mi dormitorio.
Cesen con tu victoria los enojos.
Me rindo. Tú has ganado. Mientras vivas,
no alcanzarás un triunfo tan notorio:
me has volado la mente con tus ojos.
Miérc., 09 de dic. de 2020
En ti, advertí, que al amor hay que mirarlo fijamente a los ojos para que el mundo quede detenido, interminablemente, justo a los pies de la imaginación. (...)
Juan Rulfo, Pedro Páramo
“Hay un niño dentro que convive contigo, tú no puedes llorar porque has aprendido, pero ese pequeño jamás aprende, porque siempre se aprehende de los sueños y vive más con el corazón que tú con los desaciertos que has tenido. A él nadie lo consuela, pero llega un momento donde su llanto es incontrolable y tú no puedes hacer nada para callarlo. Es la voz frágil que mora con la inocencia…”
— Firthunands
La única forma de volver es regresar sin haberse ido. Regresar de no pensar, regresar de no ser, regresar de soñar, regresar de los ojos cerrados. Y también de los ojos abiertos.
Roberto Juarroz (via exnoctambulo)
Quise largarme a vivir lejos de las palabras como si el amor anduviese por ahí.
Vi. 6 de agto. de 2022
02:50 a. m.
Soy el agua y tú el roce inesperado; la que provoca esta desatadura del alma. Vida, comoquiera, surtes efecto en mí. Mi piel trastoca a vibración con la sugerente y sutil onda expansiva de tu tacto. Tiemblan labios, tiembla el alma, tiembla mi ser completo sin ti. Esto, tan nuestro, tan de nosotras, no tiene ningún equivalente exacto en el idioma del mundo. Basta decir locura, acaso obcecación. A diario, la memoria es una avenida y mi dirección eres tú, a pesar de los otros, a pesar de ti, de mí… Echo en falta que me pases tú. Cada día, cómo echo en falta que me pases tú.
Y si llueve ... y no me doy cuenta?
A los alrededores de la cómoda habitación, afuera, en el balcón, igual que todas las madrugadas, mis cansados ojos apreciaban una pálida pared que proyectaba, gracias a la luz que provenía de la habitación contigua, la imagen de una mujer; una mujer en todo su esplendor, una mujer de aspecto frágil y delicada pendiente, una mujer que había conocido hace poco en el parque central de la pequeña ciudad. Sus movimientos ilustraban naturalmente una rutina () e inquietaban, a la par del comienzo de una breve conversación,() el deseo de acercarme. Había tenido el pensamiento ausente durante lo que duran dos largos suspiros, quería quedarme bajo la protección del reflejo que se reunía para volverme loco. Estaba encantado con la silueta de una mujer que llegaba cada noche a proteger su propia felicidad (...)
«I’m so mad I’m getting old it make me reckless». Cuando éramos jóvenes.
«Estaba escuchando una canción de Adele cuando pensé en esto. En las “últimas veces”. Uno a veces no sabe cuándo será la última vez de algo. ¿Se debería tener cuidado? A estas alturas pienso que sí. Recuerdo, por ejemplo, una cafetería, cerca a Independencia. Había jarrones con pequeños claveles al centro de la mesa. Teníamos ensalada de fruta entre la lengua. El sol caía oblicuo sobre las flores y sobre tus ojos. Recuerdo tus ojos como un abismo. El vértigo, el deseo de lanzarse. La cima de una montaña, los árboles del Amazonas, las plumas de algunas águilas y búhos, el café humeante entre la lluvia. Pensé en todo lo que me gustaba y que tenía el mismo color que tus ojos. Los caballos. Yo no sabía, por ejemplo, que ese día iba a ser el último día que los vería con ese brillo. Con esa señal de amor. Así perdí muchas cosas. La última vez que te vi sonreír, sonreír con ganas. La última vez que te escuché contar un chiste. La última vez que vimos una paloma y gritaste porque las detestas. La última vez que comimos helado. La última vez que cocinamos juntos o salimos a bailar. La última vez que dijiste que hacía frío en la calle y nos metíamos en un café o corríamos a casa para meternos en la cama. La última vez que te vi desnuda. Yo no entiendo muy bien el acto de cerrar un ciclo pero me temo que tiene que ver con ser conscientes de que será “la última vez”. Si hubiese sabido que aquella tarde sería la última vez que tocaría tus labios, por ejemplo, me hubiese esmerado en guardar un buen recuerdo de ese beso. De hacerlo durar todo lo posible. De no mancharlo con la melancolía anticipada del nunca más. De besarte como si te dejará mi vida en tus labios. Ahora pienso en un cuento de Borges, sobre un prisionero que le pide a Dios detener su ejecución para terminar una novela. Y Dios, en su misericordia ante el escritor, detiene la bala mortal unos centímetros antes de impactar. El tiempo se detiene menos para el prisionero, que escribe mentalmente su novela, segundo a segundo, hora tras hora, día tras día en un tiempo que no es, inmóvil, frente a la bala. Luego de terminar la novela la bala continúa su camino hacia la muerte. Hubiera pedido a Dios el tiempo suficiente para despedirme bien de tus labios. Que se detenga el tiempo para poder imaginar que maduramos juntos. Que visitamos más cafeterías. Tiempo para imaginar que vemos todas las películas que se grabarán en el futuro. Tiempo para imaginar que regresamos a casa y conversamos de ellas bajo las sábanas. Tiempo para imaginar que nos cubrimos con una manta cuando llueve y pensamos en nombres y tiempos. Tiempo para imaginarnos en una discoteca, en una exposición de arte, en un concierto. Y así, solo después, decir adiós. No lo sé, no sé si así el ciclo estaría cerrado. ¿Tu qué piensas? Claro, de cuando éramos jóvenes. Creo que estaríamos tranquilos, sabiendo que se hizo todo hasta el final. Que nos quisimos como nunca hasta el segundo antes que dejamos de hacerlo. Es confuso. El ser o no ser. Desde entonces me digo siempre, ten cuidado, está puede ser la última vez. Mañana puedo morir, nunca se sabe. Voy al cine. A veces me ilusiono o creo que me enamoro. En una reunión me embriago y me hago amigo de alguien. Corro por la madrugada hasta que me duelan los muslos. Le pongo mantequilla a las cosas, igual podría morir mañana, nunca se sabe. Si me atrae alguien me aseguro de que sea una buena ilusión. Uno se puede morir mañana y no hay tiempo para mancharse los labios con besos sin sentido. No tengo perros pero alimento a los de los vecinos, aunque por las noches me desconozcan. Viajo, monto la bicicleta y voy hasta donde terminan los caminos. Duermo hasta que me duele el cuerpo. Entristezco hasta el borde del suicidio. Porque podría ser la última vez. Quería comenzar esto citando mi habilidad para recordar los hechos, mi buena memoria. Y comenzar también con el génesis de ello, mi habilidad mayor para meterme en problemas. Que aprendí a salir de problemas demostrando mi inocencia con lo narrado al detalle. Pero pasa algo. Hace unas horas vi una fotografía. Era una reunión de cuando tenía 17 años. Cosas que he olvidado. Y como si fuese una pequeña ficha de dominó he comenzado a recordar muchas cosas en las que también estabas presente. Las he olvidado y son cosas alegres. Ahora pienso que los ciclos se cierran solos. Basta ser feliz y la historia se olvida, mejor dicho, se archiva hasta que sea recordada. Las cosas tristes, nuestras culpas, son las que no se archivan. Son las que necesitan trabajarse. De esas hay que tener cuidado. En mi afán por cerrar ese ciclo pienso siempre en la forma que debí haber disfrutado de esas “últimas veces”. Ahora ambos hemos cambiado y quizá no nos importe realmente. Pero usualmente me sorprendo pensando en nuestro último beso, en la última vez que te tome de la mano y sentí que estaba sujetando lo más importante en mi vida. Y corrijo, no fueron las últimas veces, sino solo las veces que se desperdiciaron por alguna pelea, por algún sin sentido por algún rencor pasajero. Solo porque éramos jóvenes. Solo porque estábamos aprendiendo a amar.»
Félix Arapa