Las fases de la luna —aparición, crecimiento, mengua, desaparición seguida de reaparición al cabo de tres noches de tiniebla— han desempeñado un papel importantísimo en la elaboración de las concepciones cíclicas. Encontramos sobre todo concepciones análogas en los apocalipsis y las antropogonías arcaicas; el diluvio o la inundación ponen fin a una humanidad agotada y pecadora, y una nueva humanidad regenerada nace, habitualmente, de un «antepasado» mítico, salvado de la catástrofe, o de un animal lunar. El análisis estratigráfico de esos grupos de mitos pone de manifiesto su carácter lunar [69] . Esto significa que el ritmo lunar no sólo revela intervalos cortos (semana, mes), sino que sirve también de arquetipo para duraciones considerables; de hecho, el «nacimiento» de una humanidad, su crecimiento, su decrepitud (su «desgaste») y su desaparición son asimilados al ciclo lunar. Y esta asimilación no es sólo importante porque nos revela la estructura «lunar» del devenir universal, sino también por sus consecuencias opti: pues así como la desaparición dela luna nunca es definitiva, puesto que necesariamente va seguida de una luna nueva, la desaparición del hombre no lo es mucho más, y especialmente la desaparición incluso de toda una humanidad (diluvio, inundación, sumersión de un continente, etc.) nunca es total, pues una humanidad renace de una pareja de sobrevivientes.