A Árvore da Vida, de Charles Darwin
P L A N T A S . . .
Ahora resulta que las plantas pueden hacer todo este merequetengue:
· 𝙴𝚜𝚌𝚞𝚌𝚑𝚊n 𝚕𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚒𝚎𝚗𝚜𝚊𝚜 𝚢 𝚜𝚒𝚎𝚗𝚝𝚎𝚜:
Conocido como el efecto Backster gracias al ex Agente Estadounidense de la CIA, Cleve Backster, quien se especializaba en investigación e interrogación utilizando el polígrafo un día se pregunto si el instrumento podría detectar el movimiento del agua subiendo desde la raíz hasta las hojas de una planta, así que conecto su planta Drácena (La Drácena o Dracaena, es una de las plantas de interior más resistentes y que pueden vivir en ambientes de sombra y poca luz) al polígrafo y descubrió que las señales eléctricas estaban muy vivas y fluctuaban en sentido contrario a lo que el esperaba. Después de 1 minuto, la planta dio señales de ser consciente de que no era la única en la habitación. Para conseguir una reacción parecida a la de un ser humano en un interrogatorio, pensó en formas de hacer sentir a la planta que su bienestar estaba siendo amenazado. Primero intento mojar una de las hojas en una taza de café caliente y golpear las hojas con su pluma pero casi no hubo respuesta, intento varias otras cosas sin éxito hasta que se le ocurrió prender un fósforo y quemar una de sus hojas. En ese momento la planta estaba a unos 15 pies de distancia (4.5 metros) de donde él estaba parado, lo único nuevo que ocurrió fue el pensamiento, en el mismo momento en que la imagen de la quema de esa hoja entró en la mente de Baxter, el bolígrafo de registro del polígrafo se movió rápidamente hacia la parte superior del gráfico, no se pronunciaron palabras, no se tocó la planta, no se encendieron cerillas, solo una clara intención de quemar la hoja, ese registro mostró emoción dramática, como si tuviera mucho miedo. Backster se aferró cada vez más a una teoría que desarrolló llamada “percepción primaria”, que creía que era una forma de conciencia incrustada en las células de todos los seres vivos que, al menos en el caso de las plantas, les daba una profunda sensibilidad a los pensamientos y sentimientos de los demás.
· 𝚁𝚎𝚊𝚌𝚌𝚒𝚘𝚗𝚊𝚗 𝚊 𝚕𝚊 𝚖ú𝚜𝚒𝚌𝚊:
Algunos estudios han demostrado que las plantas reconocen mejor la música clásica por la tranquilidad que brindan sus tonos y sus vibraciones. Cleve Backster, observo durante varias semanas los resultados cuando regaba una planta poniendo de fondo distintos géneros de música y los resultados fueron claros. Cuando se emitían sonidos fuertes y violentos, la planta mostraba señales eléctricas negativas. En cambio, cuando sonaba música agradable, esta emitía señales eléctricas positivas. Esto quiere decir, una vez más, que los organismos vivos reaccionan a los estímulos que reciben día a día. Es por esto que la música clásica tiene un efecto especial para las plantas, estimulando positivamente desde la germinación de sus semillas, hasta el crecimiento de sus tallos y hojas. Cuando una música específica, tonos altos o el cantar de un pájaro causan la vibración de la planta, es por eso que los pájaros empiezan a cantar antes del amanecer, su sonido es una frecuencia que ayuda a abrir los estomas de las células vegetales, en la parte inferior de la hoja. Y permite que la planta empiece a respirar por la mañana, como si las despertaran. Esa misma frecuencia es la que se encuentra en la música clásica. A la practica del cuidado de las plantas combinando vitaminas y frecuencias especificas se conoce como Sonic Bloom, técnica desarrollada por Dan Carlson, aumenta el crecimiento de las plantas y su producción.
· 𝚃𝚎 𝚘𝚋𝚜𝚎𝚛𝚟𝚊𝚗 𝚢 𝚝𝚎 𝚎𝚜𝚌𝚞𝚌𝚑𝚊𝚗:
No tienen ojos, pero si tienen proteínas fotorreceptoras por todo su cuerpo, que son proteínas sensibles a la luz involucradas en la detección y respuesta a la luz en una variedad de organismos. Las mismas proteínas fotorreceptoras en la parte trasera de las retinas de los ojos humanos. Pueden percibir luz, aromas, tacto, agua y muchas mas cosas que nosotros. Pueden aprender, recordar y comunicarse. También exhiben características de personalidad. Tienen la capacidad de verte cuando estas frente a ellas y el color de tu ropa. No tienen cerebros pero transforman la información en señales electroquímicas en sus células idénticas a las usadas por nuestras propias neuronas. Las plantas responden a las vibraciones del sonido cercano que activa dos genes clave en su interior que influyen en su crecimiento. También aumentan la producción de fotosíntesis en respuesta al dióxido de carbono, que es un subproducto del habla humana. Una investigación realizada por el Instituto Nacional de Biotecnología Agrícola de Corea del Sur muestra que las plantas comienzan a reaccionar al sonido a 70 decibeles. Por suerte para nosotros, 70 decibeles es el nivel de sonido de una conversación humana promedio. Cuanto más alto hables o pongas música alrededor de tus plantas, más estimuladas estarán, considera que las palabras agradables y positivas son las mas efectivas.
· 𝙿𝚛𝚎𝚍𝚒𝚌𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚌𝚕𝚒𝚖𝚊:
La Pamplina (Hierba Gallinera), el Diente de León, la Enredadera, el Añil Silvestre, el Trébol y los Tulipanes doblan sus pétalos antes de la lluvia. En las zonas costeras, las Algas se utilizan a menudo como pronosticadores meteorológicos naturales. El Quelpo, por ejemplo, se arruga y se siente seco cuando hace buen tiempo, pero se hincha y se humedece si llueve. En un bosque de pinos a Piña es uno de los pronosticadores mas confiables. Cambian de forma según este mojado o seco. En condiciones secas, las escamas se mantienen separadas y rígidas; en la humedad, se ablandan un poco y se cierran para asumir la forma de un cono. Muchas otras variedades de flores cierran sus pétalos cuando se acerca la lluvia o la noche, para abrirlos nuevamente después de la lluvia o la mañana siguiente. Speedwell (Veronica), Hieraciums, Campion Rojo(Silene dioica), Chicory (Achicoria), Tulipanes, Nenúfar blanco (White Water Lily), Gaultheria(Wintergreen) y Ocas (Wood Sorrel), por nombrar algunos. ──・──・・✧ ・・──・──
Dαɴzα cóѕмιcα
La tierra gira sobre su propio eje, a su vez se mueve alrededor del sol, el sol se mueve alrededor de sagitario A o el agujero negro que hay en el centro de la vía láctea, nuestra galaxia y aún así, la galaxia también se mueve, se dirige hacía el centro del súper cúmulo de laniakea, tanto así, que mientras leias este mensaje has recorrido Miles de kilometros en el universo.
A 21 de março, próxima quinta-feira, é apresentado na Sede da Polícia Judiciária, em Lisboa, o livro «Branqueamento de Capitais e Investigação Criminal» de Daniel Domingues Soares. Este livro surge na sequência da dissertação de mestrado apresentada pelo autor, em 2021. O livro (e dissertação) aborda os temas do crime de branqueamento de capitais, cujo objetivo é tornar lícito o produto financeiro fruto de uma atividade criminosa e a sua investigação numa perspetiva judiciária.
A primeira parte do artigo «A Máquina ou Nós» foi publicada. Trata-se de um assunto que aborda o uso das máguinas ao serviço da humanidade. No começo do século anterior, o matemático alemão David Hilbert (1862-1943) propôs uma série de 23 problemas que, previa ele, determinariam o rumo da Matemática nos anos seguintes. Uma frase do texto com que apresentou esses ditos problemas não passou despercebida: ‘Enquanto um ramo da ciência oferecer uma abundância de problemas (a resolver), ele permanece vivo’. Pois bem, em 1931, um então ainda jovem matemático austríaco, Kurt Gödel, apresentou um trabalho de algumas dezenas de páginas, cheias de símbolos, - e nele deixou claro que Hilbert não estava inteiramente certo nas suas conceções...
Traçar a súmula do perfil destes especialistas - da matemática - não deixa de ser interessante. Os matemáticos não são as pessoas mais inteligentes, necessariamente. São apenas aquelas que se conhecem bem... (ler o resto em http://www.raquelpimentel.com)
O nosso inconsciente também vê - website www.raquelpimentel.com - Marketing Oculto
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Chama-se 'percepção subliminar' aos estímulos emitidos abaixo do limiar da consciência humana e que influenciam, de algum modo, os nossos atos, pensamentos ou sensações. Existem muitas aplicações do audiovisual enquadradas neste tipo de percepção, sobretudo quando se trata dos chamados 'estímulos subliminares de curta duração', isto é, palavras, sons ou imagens que nos são apresentados em lapsos de menos de 100 milésimos de segundos e que não podem ser captados conscientemente pelos nossos olhos e ouvidos... (ler mais em www.raquelpimentel.com)
Dia da Mulher: parabéns e muito obrigado a tudo que devemos a elas! __________ #DiadaMulher #Ciência #WagnerRMS @lenolivia @bianca.jadore ♥️♥️👏🏼👏🏼👏🏼 https://www.instagram.com/p/B9fLdruDQ6J/?igshid=1mmqb397lqrpm
Muito bom te reencontrar aqui, me presenteando com sua leitura! Milton agora enfrenta as consequêncis de sua descoberta, ou de sua loucura!
Leia a Parte 1 de "Sob o Olhar da Eternidade"
Leia a Parte 2 de "Sob o Olhar da Eternidade"
Nada, Além de uma Cobaia
Como era de se esperar, foi tudo muito rápido. Não havia sido um segurança que derrubara Rubens, mas um outro homem, sujeito com cara de gringo e de terno alinhado, talvez fosse um segurança sim, mais acima na hierarquia dos seguranças por ali, mas fosse o que fosse, Milton queria que isso se danasse. Steinberg só sabia que o cara vinha com a arma de choque em punho, para o lado dele, passando por cima de Castilho, estatelado no chão. Milton recuava, aterrorizado.
Um celular tocou baixinho, em algum lugar por ali, uma musiquinha conhecida.
Ambos, Steinberg e o sujeito de terno, pararam e ergueram as mãos, as que não estavam ocupadas, em direção ao próprio corpo, instintivamente buscando sacar e atender seus smartphones.
Olhavam um na direção do outro. Na verdade o cara de terno, muito sério, nunca tirou os olhos de Milton, desde que entrou na enfermaria, e este último estava era olhando a perna de Rubens, deitado abaixo do homem de terno, que se encolheu até o joelho quase tocar o queixo do físico. O elegante recém chegado percebeu que Steinberg olhava mais para baixo, e fez questão de que o sujeito encurralado visse a arma sob seu paletó, tocando-a, exibindo-a, enquanto parecia que estava prestes a dizer algo. Foi neste instante que o Doutor Lewroy deu o coice mais forte de sua vida nos testículos de alguém. Os olhos do cara de terno quase pularam fora das órbitas. A arma, por alguma razão, saltou de sob o paletó, e o homem dentro do paletó despencou com estardalhaço sobre a maca onde Milton havia estado desacordado. Steinberg, por puro reflexo, tinha se esquivado com um pequeno salto lateral. Então a maca, o terno, e seu dono, ficaram todos embaralhados e imóveis no chão.
Milton pegou a arma que jazia caída, ali perto, enfiou a pistola em sua pasta à tiracolo junto com o fotômetro, e foi saindo daquela enfermaria, agarrando Rubens, levantando-o, e o arrastando consigo. Não trocaram palavra, nem encontraram resistência dos seguranças, apenas bufaram e praguejaram juntos, enquanto saíam da parte da estação férrea destinada aos funcionários, e, lição aprendida por Milton, que refreou o amigo quando este tentou disparar, caminharam rapidamente até desaparecerem na estação de metrô de superfície anexa. Foi só então que ambos sussurraram entre os dentes, começando por Steinberg:
— Eu já te disse, — havia impaciência em sua voz — um experimento internacional. Complicado de explicar assim. Deu errado, houve uma explosão, Iceberg, todo mundo já estava apagando as luzes quando você apareceu, e bateu de frente justo com a Alice!
— Quem é essa mulher? É gringa?
Rubens ainda estava tonto, e o metrô, também invariavelmente lotado, não ajudava. Enquanto tentava achar um lugar onde se agarrar, enquanto eram arrastados pelos transeuntes para dentro de uma composição que estava prestes a sair em direção ao Centro, o físico disse, seco:
— É. Gringa.
— Tem um português impecável.
Lewroy fez que sim. Estavam ele e Steinberg prensados contra a porta oposta àquela pela qual foram empurrados pela turba que invadiu aquele carro de metrô. Steinberg, subitamente, começou a sentir medo de que as pessoas comprimidas contra ele acabassem disparando a pistola dentro de sua pasta, e tentou levantar a bolsa, sem sucesso, acima da cabeça, enquanto dizia, ainda em um murmúrio feroz:
— Então! Esse experimento tem haver com o tempo? Fala, Cabeça, que merda, talvez nós estivéssemos mortos agora se aquele filho da puta entrasse atirando.
— Não, cara, eu não acho que ele queria te matar. Provavelmente ele queria você vivo, como…
— Como o quê? Cobaia?
O silêncio de Rubens deixou Steinberg sentindo um profundo terror. Ele baixou os olhos, exausto, a cabeça doendo terrivelmente, e disse mais para si mesmo:
— Eu senti. Senti mesmo que algo diferente tinha acontecido comigo, quando ví as ondulações na xícara, as pessoas sentiram, só eu vi.
Com a cabeça como que girando, Milton comprimiu os olhos, forte, tentando respirar fundo, apesar de comprimido entre as pessoas do jeito que estava.
Com um tranco, o metrô parou na estação seguinte, uma lufada de ar entrou, fresca, e Steinberg sentiu um pequeno alívio na pressão à sua volta. Ergueu os olhos.
Estava só.
Viu as porta se fecharem e ficou procurando seu amigo de infância lá fora, imaginando se ele, que já havia dito querer ir embora da cidade, teria saltado na estação, mas não viu ninguém. O metrô disparava rápido, e as últimas pessoas vistas pelo vidro da porta se tornavam quase borrões indistintos, então talvez Rubens tivesse passado bem defronte seus olhos, mas Milton não o reconheceu, talvez… Mas, talvez… Apenas talvez… Ele lembrou da bela Alice, e da Navalha de Occam.
Talvez estivesse ficando louco mesmo.
As estações chegavam e partiam, e Steinberg se sentia cada vez mais exausto, desesperançado. Não sabia onde estava, sabia apenas que estava sob os alicerces da cidade, do Centro, todos os milhares de escritórios, onde se fazia de conta que se era civilizado, um teatro de sombras esperando a escuridão final, tudo isso estava sobre ele agora, que era um minúsculo Atlas, e as estações continuavam a vir e ir, desimportantes.
É, pensava, talvez seja isso, talvez cada um de nós estivesse louco. Isso explicaria muita coisa. Seus dentes apareceram sob os lábios, ele sorriu amargamente.
Foi quando lhe surgiu aquela sensação de estar sendo observado. Levantou a cabeça e seus olhos encontraram os olhos de um homem que ele conhecia de algum lugar… Subitamente se lembrou, o sujeito que iria encontrar com a irmã perdida há vinte anos, e que não sabia chegar ao Centro do Rio, e lhe perguntou se ia na direção certa, um dia, no trem. O camarada estava um pouco distante na massa de gente, e fez um sinal de “o.k.” com o polegar, havia reconhecido Milton, que por sua vez abriu a boca para perguntar pela irmã do sujeito, mas de repente se sentiu oprimido novamente, e se calou. Foram essas coincidências que o deixaram insano, que o fizeram mergulhar nesta angustiante sensação de que o mundo em torno dele havia enlouquecido. O homem que estava olhando para Milton pôs uma das mãos ao lado da boca, em concha, e gritou:
— Obrigado, cara!
Com um sorriso desanimado, Steinberg gritou de volta, em meio ao burburinho da turba enlatada ali:
— Sua irmã? Encontrou?
— Irmã? Que irmã? Sou eu! Do trem, da prova! Olha, consegui fazer aquela prova, tá ligado? Valeu!
Antes do agradecimento final Milton já havia baixado a cabeça de novo, e comprimido os olhos, que lacrimejavam. Um torvelinho de horror girava em seu peito, ele estava com algum problema no cérebro. Só podia. Tudo o que lhe aconteceu foi fantasia. Precisava de um médico, um psiquiatra. Foi quando algo cutucou sua costela, pois uma senhora obesa, que tentava chegar perto da porta de saída, o espremeu mais do que já estava, comprimindo sua pasta tiracolo contra seu flanco.
A arma!
Com um solavanco, o metrô parou em mais um estação, enquanto o campeão de Tetris tentava alcançar a prova de que ele Não havia alucinado.
A arma era real! Quase acotovelando os outros, Miltou conseguiu abrir, com dificuldade a bolsa, mas acabou escancarando-a, tão ansioso estava por algo em que se agarrar para provar a si mesmo que não estava alucinando. Um sujeito alto e careca que estava ombro a ombro com Steinberg viu a pistola pular dentro da pasta, e o dono da pasta agarrar a coronha dela, então o homem calvo começou e empurrar outras pessoas, tentando se afastar, enquanto exclamava:
— Meu Deus, uma arma!
— Senhor!
As vozes se multiplicavam em torno de Milton. Pessoas assustadas se acotovelando e levantando a voz.
— Porra, tem um cara armado!
— Sai!
— Senhor! — Steinberg finalmente reparou que este “senhor” era com ele. — Senhor, solte a arma!
Era uma mulher que tentava se achegar à Milton. Ela vinha empurrando as pessoas o mais cuidadosamente que podia, mas vinha inexoravelmente em direção dele, com ares de poucos amigos e com um uniforme preto de segurança do metrô. Steinberg estava começando a detestar seguranças!
Ele ergueu a arma. Não estava louco! Olhando em volta nervosamente, percebeu que por alguma razão que não poderia ser coincidência, aquele vagão continha mais três seguranças de farda escura que vinham também em sua direção, cercando-o.
Um dos outros seguranças, homem, muito alto e largo como lutadores costumam ser, mantinha uma das mãos baixa, provavelmente já empunhando um cacetete ou coisa pior, enquanto já esticava a outra mão, em garra, na direção de Steinberg, e dizia com voz firme:
— Calma. Calma, amigo.
Milton sabia que iria parar em outra sala sem janelas, e desta vez é pouco provável que escapasse do gringo de terno. Apontou a arma, hora para um, hora para outro dos seguranças! A mulher, a primeira a vir em sua direção, agitou uma das mãos para os colegas pararem, e começou a falar para todos os passageiros:
— Todo mundo deita no chão. — Steinberg não pôde crer no que a segurança disse, e algumas pessoas, no meio daquele mar de gente prens, mas risos. ada, chegaram mesmo a rir. Risos nervosos, mas risos.
Apontando a arma para ela, Milton berrou, trêmulo:
— Você também! Todos vocês! Deitem no chão!
— Camarada… — Começou o segurança fortão, ao que Steinberg foi dizendo, com os olhos dardejando entre os seguranças e com a voz esganiçada de tão nervoso que ele estava:
— Escuta, porra. Eu só quero sair daqui. Essa arma não é minha. Deita na porra do chão, e eu não atiro em ninguém! E vocês primeiro! Os seguranças primeiro!
Todos os seguranças se abaixaram da melhor forma que conseguiram. O metrô havia parado em mais uma estação, e as portas se abriram.
— Agora os outros, os passageiros, por cima deles! Todo mundo se amontoando em cima dos seguranças! Vai! Vai! — Gritou Milton, sendo obedecido por todos, enquanto ele mesmo saltava do vagão e desatava a correr o mais rápido que conseguia.
Passou feito um meteoro pelas catracas, mantendo a pistola em punho mas oculta o melhor possível por sua pasta tiracolo. Subiu em disparada o passadiço curvo e ascendente da Estação Carioca, correu feito louco pela plataforma principal, em direção à saída do edifício Avenida Central, e escalou as escadas rolantes saltando de dois em dois degraus! Assim que saiu da estação do metrô, ele dobrou para esquerda, duas vezes, e, um pouco mais adiante, sem fôlego, parou e respirou fundo até se acalmar um pouco. Por alguma razão não havia ninguém perseguindo ele, devem ter visto que saiu da estação e deixaram o problema para que a polícia na rua se virasse com ele.
Sem perceber, ele havia dado uns poucos passos atrás, enquanto aspirava o ar ensolarado, vigiando se alguém o seguia, e, com uma olhadela para trás de si, para ver se não ia tropeçar em nada, se apoiou em um balcão de algum bar. Voltou a olhar em direção à saída do metrô, pronto para fugir se algum uniforme preto ou algum policial viesse em sua direção.
Foi então que um leve toque no braço o fez olhar para trás, agora mais ostensivamente, e ver a versão muito jovem e loira de dona Glória lhe passando uma fumegante xícara de café.
A Xícara, Novamente
Milton Steinberg se arrepiou todo, como se fosse a peça de porcelana uma víbora! Então ele olhou em torno, só percebendo naquele instante que estava na cafeteria, a mesma de ontem, de antes de ontem, de todos os dias! Olhou de novo para a xícara, pois logo a superfície do café vibraria, captando, com suas ondulações, a explosão distante, e tudo recomeçaria, de novo e de novo.
— O de sempre, senhor Milton. — Falou a atendente, sílaba a sílaba, do mesmo jeito, com o mesmo sorriso gentil.
Steinberg pegou a xícara como se ela fosse venenosa, e lembrou tarde demais que tinha uma arma nas mãos. Quando tentou aparar a xícara com a segunda mão, pois em sua mão trêmula o café ameaçava cair, Milton expôs a arma. A jovem atendente, consequentemente, viu a pistola na outra mão de Steinberg e foi recuando e repetindo sem parar:
— Ai meu Deus, ai meu Deus...
O homem armado arregalou os olhos, fitou a arma em sua mão como se a visse pela primeira vez, embora soubesse claramente como ela tinha ido parar lá, ele… Acreditava… Que havia tomado ela de um cara mal… Comprimiu e abriu os olhos, e com um movimento brusco da cabeça, relanceou em volta novamente, esticando a cara para fora da cafeteria, e foi então que ele viu homens uniformizados! Policiais, carcereiros! Encostados em uma viatura, não muito distantes dali, conversando soturnamente. Milton olhou de volta para a atendente, que, acuada, continuava rogando a Deus e a ele por misericórdia. Com um olhar de súplica, Milton apontou a pistola para a jovem, não para intimidá-la, mas, sem saber o que falar, sentindo-se imensamente envergonhado por assustar a moça. Mas ela entendeu como uma ameaça, se encolheu, se calando, chorando baixinho. Talvez, pensava Steinberg, suando e tremendo, seu cérebro chegando no limite diante de tudo aquilo, mesmo que ele atirasse nela, ela, no dia seguinte, voltaria, ou talvez a versão idosa dela. Milton sentia um nó na garganta, o peito oprimido, talvez tivesse que atirar, atirar em alguém… O sistema estava ali, em torno dele, novamente, novamente e novamente, cada parte agora eternamente corrupta do maldito sistema impelindo seu dedo no gatilho. Quantos Miltons o sistema matava por dia? Talvez fosse isso, tudo aquilo era para eliminá-lo, ele que parecia ser o único a saber que aquelas vinte e quatro horas eram sempre os mesmas. Talvez, de fato, a arma estivesse em suas mãos para Steinberg atirar em si mesmo, antes que fosse arrastado e trancado por toda a eternidade em uma cela (onde quer que ficasse, naquele dia eterno, jazeria para sempre).
— Nãããooo… — Murmurou ele, com o rosto contorcido de agonia. Suas lágrimas escorriam.
Na xícara, o café ondulou, rápida mas delicadamente, no mesmo instante em que Milton percebeu que seus carcereiros vinham correndo em sua direção, e em que ele foi levantando novamente a arma. Outros funcionários da cafeteria, vendo agora a pistola se erguendo, prestes a tirar a vida de alguém, começaram a fugir e gritar. A jovem do outro lado do balcão exibia as mãos espalmadas à frente de si mesma, que ela agitava no ar, como se estivesse negando algo, ou dando adeus à Milton. A boca da jovem, silenciosamente, repetia sem parar “não, não, não”…
E Milton Steinberg atirou. Duas vezes.
Mas não antes de se abaixar. A princípio ficou sem perceber claramente como a ideia lhe veio à cabeça, apenas pôs em prática, e no meio da ação entendeu o que estava fazendo, muito embora, em retrospecto, percebesse que foi, sim, premeditado. Estava lá, a ideia tão junta do agir, que ambas eram quase indistinguíveis.
Milton se abaixou rapidamente, antes que a pequena multidão de clientes e funcionários dispersasse. Os guardas, ele apostava, não tinham gravado sua fisionomia. Então, agachado, atirou para cima, torcendo para não ferir ninguém, e, ato contínuo, arremessou a arma numa reentrância por baixo do balcão. A princípio ele se estatelou no chão, como os outros faziam, por causa do terrível medo de balas perdidas que os moradores da dita cidade maravilhosa tinham, mas quando as pessoas perceberam que não haveria um terceiro tiro, e que começaram a se levantar e fugir, Milton fez o mesmo, mantendo as mãos se agitando no ar, vazias, como se ele fosse mais um transeunte em pânico.
Em um minuto estava andando a passos largos em direção à Cinelândia, e enquanto passava em frente ao que o povo da cidade chamava de uma decepção constante, e que as pessoas lá dentro chamavam de Câmara Municipal do Rio de Janeiro, ele passou por uma moça bonita que, por um segundo, ele achou ser sua vizinha Rheny. Mas não, não era ela, era uma moça muito parecida, mas ruiva, gringa, até um tanto sardenta, que estendeu um smartphone na direção dele, mostrou-lhe uma credencial que ele não conseguiu ler, e fez um gesto amplo, sorrindo, e dizendo algo sobre a copa do mundo, perguntando coisas, como se fosse uma entrevista.
Milton ficou, por um instante, fascinado com a semelhança entre esta mulher estrangeira e a sua Rheny. Que… Coincidência desconcertante…
Com a gringa insistindo, e sem saber como responder melhor, ele fez que não, agitando cabeça e mãos. Deveria estar havendo uma copa do mundo no Brasil, sim, mas ele não tinha tempo para mais pão e circo. A repórter ruiva perseverou na tentativa de que ele a respondesse, e ele, então, apontou para o próprio rosto, sinalizando lágrimas imaginárias, com as pontas dos dedos riscando o rosto a partir de seus olhos para baixo, depois apontou para o Palácio Pedro Ernesto, a Câmara Municipal, e disse:
— Corrupção. Roubalheira. Traição à pátria. Todo o governo, política desmoralizada e falida! Sem alegria. — E, lembrando seu velho professor que havia caído em desgraça, arriscou: — We… We will only be happy in a country of graduates, not in a country of…
Milton não conseguiu atinar de como se dizia “chuteiras” em inglês, então tentou por um momento imitar com os dedos alguém chutando alguma coisa, e, sentindo-se ridículo e amargurado, desvencilhou-se da moça, que ainda tagarelava.
Steinberg se livrou dela e continuou a caminhar ligeiro, para longe dali, apressando o passo ainda mais quando se deu conta de quantos policiais rondavam naquela praça. A vigilância ferrenha devia ser por conta da própria Câmara Municipal, para evitar que a indignação do povo que ela deveria respeitar lhe rendesse umas pedradas. Seus ocupantes, que a profanavam por dentro diuturnamente com sua politicagem corrupta e amadora, acusavam sarcasticamente de vandalismo qualquer revolta popular que a atingisse por fora. Era agoniante para Milton pensar que aqueles inchados vermes lamurientos e devoradores das riquezas da cidade teriam um reinado eterno, e de agora para sempre nada mais poderia ser feito para arrancá-los de lá.
Mais à frente Steinberg se enfiou no primeiro ônibus que conseguiu achar. E enquanto a condução rodava, ele pensava na ruína em que sua vida havia se transformado. Seria preso. Preso eternamente. Isso se não virasse mesmo uma cobaia… Mordeu o lábio inferior até quase se ferir. Nada daquilo tinha que ser real, talvez tudo fosse alucinação. Não tinha certeza mais de nada, só de que o dia se repetia, essa era sua única, vasta, absoluta e sombria certeza.
Sentado em um dos bancos do ônibus, a cabeça apoiada no vidro da janela, seu olhar, úmido, cuja expressão foi mudando, de triste e desesperançado para raivoso e amargurado, subitamente ganhou foco.
Não, não, pensou ele, enxugando as lágrimas, essa não era sua única certeza. Milton tinha também a certeza de saber onde tudo aquilo começou, e onde os infindáveis dias repetidos… Ou sua loucura… Poderiam ter um fim.
Saltou do ônibus e tomou outro, começando a ir em direção à Urca.
Continua na próxima semana, não perca...
Leia a Parte 4, FINAL de "Sob o Olhar da Eternidade"
Comente aqui embaixo, participe! Milton está louco?
Meus profundos agradecimentos àqueles que me deram a honra de me ler até aqui! Vamos em frente, neste texto um tanto crítico, outro tanto irônico, onde Milton, uma pessoa tão comum e tão desalentada pela realidade crua quanto muitos de nós, mergulha em um mundo de paranóia, ciência, e conspirações, tentando encontrar a si mesmo dentro de um prisão que ele crê eterna!
Leia a Parte 1 de "Sob o Olhar da Eternidade"
Qual a Probabilidade?
Milton comprou, à prestação, um fotômetro. O mais preciso que o Google conseguiu lhe indicar. Ajustou o aparelho, e começou, dia após dia… Ou melhor, nas repetições daquele dia, ele começou a tentar pegar o raio de luz que lhe cegava. Mas o Universo, como da hábito, não pretendia entregar seus segredos sem lutar, e as mesmas coincidências que o levavam a ser cegado pelo reflexo na cúpula de vidro agora o tiravam, diligentemente, do alvo.
— Você mora perto da minha casa, não? — Disse-lhe sua vizinha, subindo ao seu lado a escada rolante para a plataforma do trem, em Madureira, quando ele ia para o trabalho.
Era inacreditável, mas o fato de ele saber que o dia se repetia deveria estar causando flutuações mais intensas na realidade, pois lá estava, bem ao lado dele, a mulher que tanto o atraia, e que jamais havia percebido a existência de Milton, e agora não só estava a menos de um metro dele, mas também tomou a iniciativa de puxar assunto. Antes mesmo que ele pudesse responder, ela riu, sem jeito, e foi dizendo:
— Desculpe, não me entenda mal. Quero dizer… — Riu de novo, ainda mais sem graça. — Mas somos vizinhos, não somos?
— Você é muito lind… — Engolindo de volta o que tentou dizer em um ato falho, Milton engasgou ligeira mas visivelmente, tentando também consertar o dito: — Minha vizinha, sim, você é minha vizinha.
— Eu sabia! — Ela sorria. — Meu ônibus enguiçou, tive que pegar o trem. Não costumo fazer isso, mas como eu sei que você é um cara gentil, eu, meio louca, sei lá, perguntei antes de perceber que isso iria ficar estranho.
Milton comprou, à prestação, um fotômetro. O mais preciso que o Google conseguiu lhe indicar. Ajustou o aparelho, e começou, dia após dia… Ou melhor, nas repetições daquele dia, ele começou a tentar pegar o raio de luz que lhe cegava. Mas o Universo, como da hábito, não pretendia entregar seus segredos sem lutar, e as mesmas coincidências que o levavam a ser cegado pelo reflexo na cúpula de vidro agora o tiravam, diligentemente, do alvo.
— Você mora perto da minha casa, não? — Disse-lhe sua vizinha, subindo ao seu lado a escada rolante para a plataforma do trem, em Madureira, quando ele ia para o trabalho.
Era inacreditável, mas o fato de ele saber que o dia se repetia deveria estar causando flutuações mais intensas na realidade, pois lá estava, bem ao lado dele, a mulher que tanto o atraia, e que jamais havia percebido a existência de Milton, e agora não só estava a menos de um metro dele, mas também tomou a iniciativa de puxar assunto. Antes mesmo que ele pudesse responder, ela riu, sem jeito, e foi dizendo:
— Desculpe, não me entenda mal. Quero dizer… — Riu de novo, ainda mais sem graça. — Mas somos vizinhos, não somos?
— Você é muito lind… — Engolindo de volta o que tentou dizer em um ato falho, Milton engasgou ligeira mas visivelmente, tentando também consertar o dito: — Minha vizinha, sim, você é minha vizinha.
— Eu sabia! — Ela sorria. — Meu ônibus enguiçou, tive que pegar o trem. Não costumo fazer isso, mas como eu sei que você é um cara gentil, eu, meio louca, sei lá, perguntei antes de perceber que isso iria ficar estranho.
— Não ficou. Não, não ficou. Somos vizinhos, devemos nos conhecer. — A pasta tiracolo dele escorregou de seu ombro, e Milton a ajeitou. — Tudo anda tão louco, que é bom saber que pessoas conhecidas estão por perto… Ei, desculpe perguntar, mas como sabe que eu sou gentil?
— As pessoas falam. — Ela estava estonteante, arrumada para o trabalho, elegantemente e sutilmente sensual. Devia ser advogada, ou algo assim, ele pensava.
— Pessoas?
E dali em diante ficava fácil deduzir o por que fez ele não ter conseguido medir o reflexo luminoso, de novo. Na verdade ele nem lembrou do flash até chegar ao Centro do Rio. Sua vizinha, que se chamava Rheny Alencar Roussel, explicou a ele sobre como as senhoras da vizinhança, que gostavam dela pois todos os sábados Rheny jogava cartas com elas, haviam colocado Milton na lista de boas e más pessoas das redondezas, enquanto fofocavam inofensivamente entre si. Ele era uma das pessoas boas. Uma certa senhora do grupo, que Steinberg sempre achou que não gostava muito dele, o viu respondendo aos acenos de crianças dentro um ônibus que agitavam as mãozinhas nas janelas (quando acenam para você, é educado, ele achava, acenar de volta, especialmente quando se percebe a alegria inocente dos pequenos) em uma rua próxima, deixando-as risonhas e felizes.
Milton jamais imaginaria que ele pudesse estar em uma lista dessas, no lado das boas pessoas, e se sentiu feliz com aquilo. Tão feliz que, ao se despedir de Roussel, sem, no entanto, reunir coragem para pedir a ela um telefone ou algo assim, subitamente se deu conta de que havia esquecido de medir o reflexo luminoso!
Na tentativa seguinte, exatamente quando Milton levantava o fotômetro, um sujeito lhe disse que estava perdido, que precisava ir ao Centro mas que não sabia se estava indo na direção certa, pois era de fora do Rio, e estava ali para buscar uma irmã, que ele não via há quase vinte anos, e etc e tal, e pronto, lá se foi sua chance naquela manhã de medir o foco luminoso.
No dia posterior Steinberg estava tentando, dentro do vagão em movimento, acionar o aparelho de medição sem tirá-lo da bolsa, pois nos dias anteriores achou que os seguranças da linha férrea o estavam olhando torto, talvez estranhando que ele andasse apontando aquele aparelho para lá e para cá, enquanto o calibrava. Milton, portanto, passou a tirar o fotômetro só quando estava chegando perto do ponto onde a luz o atingia. Mas enquanto tentava acionar o aparelho que, por alguma razão misteriosa não queria ligar, ele foi abordado pelo pedinte ranzinza, que o cutucou com uma caneca, e disse:
— Qualquer dez centavos serve.
— Hein? Ah, sim. Eu não tenho.
— Você nunca tem.
Milton ficou olhando para o pedinte, um senhor de certa idade, sem saber o que dizer além de um xingamento, que, em verdade, ele preferia não dizer. Steinberg não era muito velho, mas era do tempo em que não se xingava tão levianamente quanto hoje em dia. Então, subitamente, o homem preso em um único dia se viu perguntando ao mais velho:
— Para quê o senhor quer dinheiro?
— Estudar.
— C-como? O que você disse?
— Isso que você ouviu, rapaz. Na verdade eu sempre explico, mas você é um daqueles muitos que não escutam, que não querem escutar, ou estendem a mão e deixam cair seus trocados aqui na caneca, — a peça de plástico se agitou e tilintou na mão dele — ou fingem que não me viram. Uns poucos me dizem um mais cortês não. Você sempre me diz não, mas pelo menos fala comigo.
— Me… Desculpe.
O velho deu de ombros e prosseguiu, animado em conversar:
— Lembra do cara que morava na rua e que estudou e passou para o concurso do Banco do Brasil?
— Ouvi falar…
— Pois é. Eu já fui professor, agora moro na rua, junto com outras pessoas em um buraco na estação de Madureira. Mas acho que posso sair dessa, seguindo o exemplo daquele homem, estudando.
— Professor? — Milton ficou com a impressão que conhecia o velho pedinte, e essa impressão deve ter transparecido em seu rosto, pois o outro foi dizendo:
— Sim, eu fui seu professor no ginásio. Eu nunca esqueço um rosto, eu acho que você era o… Rosemberg?
— Steinberg. Português? O senhor ensinava português?
— Estudos sociais.
— Como? Quero dizer, como isso aconteceu, professor?
— A profissão já não tem muito prestígio no país no futuro, sabe como é. O país das desgastadas chuteiras tem tudo para ser o país dos diplomas, mas não é. — Seu sorriso não desapareceu, mas seus olhos expressavam mágoa, quando completou: — E, cá entre nós, convenhamos, droga só pode chegar tão fácil na mão da gente com a conivência, ou coisa pior, dos governantes, certo?
Milton, agora, foi quem deu de ombros. Aquilo era uma coisa que todo mundo sabia, política e marginalidade no Brasil eram quase sempre a mesma coisa. Steinberg fez uma cara triste. Achava que lembrava, vagamente, do professor, e ele era um cara que ensinava legal, sempre risonho, parecia gostar muito de lecionar.
Steinberg se atrasou para o trabalho naquele dia. Ele e seu antigo mestre comeram juntos na mesma cafeteria que Milton sempre frequentava, e o professor viu a xícara de café vibrar e o líquido preto dentro dela se preencher de ondas concêntricas!
— O senhor viu isso? Viu só?
Ele tentou explicar ao idoso professor que aquilo acontecia diariamente, e não teve certeza se o cara entendeu que algo inusitado estava acontecendo. Depois disso Milton passou em uma livraria com seu antigo mestre, que sonhava em voltar a estudar, e quase estourou o que restava do limite do seu cartão de crédito, comprando apostilas e livros para o sujeito, cujo rosto se iluminou, ele tinha uma chance! Em uma LAN house, Steinberg fez um perfil no Facebook para o sem teto, anotou os dados em um dos livros que haviam comprado, e fez o cara prometer que, quando superasse aquela época difícil, após passar no concurso, iria fazer contato com ele. Milton sabia que isso não aconteceria, pois nunca mais haveria amanhã, mas, caramba, justamente por isso, dane-se! Deu algum dinheiro para o sujeito, e se despediu dele. O velho professor ficou tão feliz que Milton só lembrou do flash luminoso no dia seguinte.
Mais um dia e Steinberg estava, de novo, no vagão, e conseguiu, com algum esforço, chegar à exata posição onde, ele já estava cansado de saber, o raio de luz o atingia. Mas assim que chegou lá, tossiu. Um sujeito de terno e gravata, com aparência de executivo, parecia ter passado a noite anterior dentro de um grande tonel cheio de perfume! Se ao invés de cheiro o camarada estivesse exalando fogo, o trem inteiro teria explodido e estaria ardendo em chamas! Era quase insuportável, mas, desta vez, Milton estava decidido a não deixar nada, de jeito nenhum, impedir que ele fizesse a medição da luz. Fincou pé em sua posição e armou o fotômetro assim que o trem parou na estação logo antes de onde ele sabia que o raio luminoso costumava aparecer. Em cerca de dois minutos o flash espocaria da cúpula de vidro do templo religioso, mas não atingiria seus olhos, e sim o sensor do fotômetro.
Houve um certo tumulto, na estação em que o trem havia parado, um burburinho, algumas pessoas correndo, e Steinberg ouviu, em algum lugar, a palavra “assalto”, mas não houve uma explosão de gente em fuga, o que pareceu indicar que tudo havia passado. As portas da composição se fecharam, ele apertou o sensor luminoso na mão direita, enquanto a esquerda segurava firmemente a barra de metal acima dele, que servia para que as pessoas entulhadas ali dentro se mantivessem de pé, para caberem mais dos ditos dignos trabalhadores por metro cúbico.
Steinberg olhou furtivamente em volta de si, e não viu nenhuma pessoa conhecida, ergueu o aparelho, pondo ele em frente ao rosto e… Seu telefone tocou. Ele ignorou. Alguém dentro do vagão gritou alguma coisa. Ele ignorou.
A qualquer instante a luz iria espocar!
Mas antes disso, alguém esbarrou nele, se levantando de um dos assentos à frente, abarrotados de pessoas, como quem quer fugir, sair de perto dele, e Milton percebeu, de canto de olho e depois olhando diretamente, que dois seguranças, com bonés e coletes de cores berrantes, vinham em sua direção, olhando-o com raiva!
— Larga esse troço! — Um deles gritou, enquanto o outro levantava um cassetete.
Milton, que sabia o quão bem treinados eram esses tipos de profissionais no seu país, desatou a correr, claro. Ou melhor, tentou correr no engavetamento de gente que era o vagão balouçante de trem naquele momento da manhã.
Um agressivo estalo elétrico o fez perceber que alguém, certamente um dos seguranças, empunhara uma arma de choque, e instintivamente Steinberg começou a empurrar as pessoas, como o afogado que empurra a água tentando respirar! Em algum lugar seu celular tocava sem parar, ele nem se dava conta, enquanto lutava para escapar. Ele chegou ao fim do vagão e atravessou o acesso que havia entre as composições acotovelando quem estivesse pela frente. Milton chegou a levar um soco desengonçado de alguém, mas estava com a adrenalina tão alta, que mal sentiu o fraco golpe, enquanto ouvia os gritos cada vez mais selvagens dos dois seguranças, que praguejavam e xingavam Steinberg, as pessoas que atrapalhavam a perseguição, maldizendo tudo, até o mundo que era uma merda! Corriam aos tropeções, os três, enquanto as pessoas faziam o possível para sair do caminho, quando Milton bateu contra a parede no fim daquela composição, não havia acesso à próxima composição, não havia mais para onde ir. A não ser para fora! Então, empurrando as pessoas que, apavoradas, se contorciam para escapar, ele se esgueirou até a lateral onde estava a saída, agora fechada, segurou a borracha carcomida entre as duas abas da porta do vagão, enfiando ali os dedos e agarrando essas abas com os cotovelos apontados para os lados, e fez força para abrí-las. Forçou uma, duas vezes. Os seguranças cada vez mais próximos. Novamente Steinberg forçou as portas, que cederam, relutantemente no começo, mas se escancarando devido a má conservação no final! A ventania entrava, visto o trem estar em plena velocidade, e Milton parou no limiar da porta aberta, olhando o chão de brita correr abaixo. Virou o rosto, viu que o trem se aproximava de mais uma estação, logo iria desacelerar, se ao menos conseguisse atrasar os seguranças, pensou. E imediatamente se deu conta dos camelôs que pululavam entre os passageiros, sempre tentando vender seus produtos no meio daquele sufoco, pagando propina sempre para os seguranças da linha férrea, mas não raro perdendo tudo que tinham para os caras, quando estes resolviam fingir trabalho para seus superiores. Milton gritou:
— Meganha! Segura os meganhas! — Usando gíria que, em suas infindáveis viagens de trem, ouviu os camelôs usando.
Alguém, para sorte de Steinberg, perdeu o senso de perigo e resolveu agir, pondo uma perna bem no caminho do segurança que já estava quase alcançando Milton, e o cara desabou no chão, seguido do colega. A arma de choque deve ter disparado, pois ouviram-se gritos e estalos elétricos. No tumulto que se seguiu, o trem já estava quase parando na estação, e Steinberg desceu correndo, o fotômetro ainda na mão, esquecido. Girando no próprio eixo, ele percebeu que estava na estação ao lado da Quinta da Boa Vista! Poderia correr para o metrô, e desaparecer por lá. Subiu as escadarias correndo, e talvez tenha sido esse o seu erro ingênuo, pois assim que os seguranças que o perseguiram dentro do trem começaram a berrar (deveria haver um rádio quebrado em algum lugar, um monte deles para os seguranças, os quais a corrupção endêmica brasileira não deixava serem consertados nunca) outros seguranças vieram correndo de cima, e se atiraram sobre Milton, o único cara que parecia fugir, pois estava em disparada. Steinberg foi derrubado, rolando escada abaixo e batendo a cabeça.
Escuridão.
Pobre Homem Louco
Milton despertou numa espécia de enfermaria sem janelas. A porta estava aberta, ele pôde ver assim que se levantou da maca em que havia estado. E assim que ele fez isso, por esta porta entraram os dois seguranças que o haviam perseguido, seguidos de ninguém menos que Rubens, que foi dizendo:
— Foi bom ele acordar, significa que ninguém aqui vai se encrencar.
— Ele é que tá encrencado, chefia. — Disse um dos seguranças, cujo crachá Milton se esforçava mas ainda não conseguia ler.
— Ah, colega, quê isso?
E o Doutor Castilho se aproximou do segurança, despretencioso mas sério, e continuou, em um quase sussurro:
— Olha para o meu amigo. Ele está tendo uma crise, um atque de ansiedade. — e falando em um tom ainda mais baixo: — O pobre homem está louco, passando por muita coisa, não feriu ninguém além dele mesmo. Vamos esquecer isso tudo.
Milton, cuja cabeça latejava, conseguiu ouvir o murmúrio, e fez cara de quem não gostou, mas um instante depois sua expressão mudou. Estaria mesmo louco? Seria tudo aquilo imaginação dele? A certeza que tinha dentro de si, de que o mesmo dia se repetira eternamente, era pétrea, mas sua vida estava começando a ficar tão louca com aquilo, que a certeza de que ele próprio era uma pessoa sã já não era tão forte. Lembrou da Navalha de Occam, de Alice, e se calou, apenas observando enquanto Rubens conversava com os outros homens. O segurança com quem Lewroy iniciou a conversa, em certo momento, fez que sim com a cabeça, e disse:
— Está bem, doutor. Todo mundo tem seu dia de cão. É tanta sacanagem, violência e roubo que tá todo mundo com os nervos estourando.
— É mesmo. Tudo anda tão desanimador. — Concordou Rubens.
— É isso mesmo. A gente parece que tem acesso a mais informação, tipo pela Internet, mas fica sabendo que político tudo é bandido, que copa do mundo é tudo armação, que a vida podia ser bem melhor, mas se depender de quem manda, nunca será, que acaba ficando meio louco.
O outro segurança, mais calado, apenas balançou a cabeça, concordando. O primeiro segurança, mais falante, ficou um momento em silêncio, olhando para Milton, que ainda massageava a própria nuca, e então o sujeito disse:
— A gente também anda cansado. Confundimos ele com ladrão… Faz o seguinte, espera aqui que eu vou avisar a chefia e logo depois liberamos vocês, tá bem?
Lewroy abriu os braços e meneou a cabeça, dizendo simplesmente:
— Obrigado, caras.
Ambos os seguranças se foram.
Milton, constrangido, inseguro quanto a sua própria sanidade, já ia agradecer à Rubens, e perguntar como ele o encontrou, quando Lewroy o agarrou pelos ombros, o fitou olho no olho, a menos de um palmo de distância do seu rosto, e disse, num sussurro, quase selvagem:
— Milton! Escuta, cara! Alice, ela sabe de alguma coisa sobre um projeto que eu e ela participamos, e que eu não sei. Tem haver com o que você apareceu lá no meu trabalho.
— Q-que projeto?
— Uma iniciativa internacional, um experimento prático, que foi levado a cabo há alguns dias. Não interessa, só me escuta: fica longe, muito longe da Urca e da Alice, está bem? Acho que é perigoso, cara, eu tô dando um tempo, vou sair do Rio.
— Como você me achou?
— O Clinton é um amigo meu, Federal. Seu celular. Agora levanta, vem, nem vamos esperar os seguranças, não podem nos manter em cárcere, é ilegal. Vamos, eu te ajudo. Ah, toma isso, estava contigo e eles me devolveram, eu expliquei que é inofensivo, apenas um fotômetro.
Se pondo de pé, e pegando o aparelho das mãos do amigo, Steinberg fez um sinal de que podia andar sozinho, quando o outro tentou apoiá-lo. Apanhou também sua pasta tiracolo, que estava nos pés da maca, a pôs no ombro, e seguiu Rubens, que saiu na frente, mas assim que o físico pôs um pé fora da claustrofóbica enfermaria, este levou a descarga de uma arma de choque, Milton viu o clarão e ouviu o som inconfundível!
Enquanto seu amigo físico desabava no chão, os olhos de Steinberg se arregalavam! Estava encurralado!
Continua na próxima semana, não perca...
Leia a Parte 3 de "Sob o Olhar da Eternidade"
Comente, participe! Milton está louco?
Caríssimos leitores, segue a primeira parte de um novo texto. Como faço habitualmente com as histórias aqui publicadas, será uma parte por semana, até o final (este não é um texto de degustação, será publicado na íntegra). Neste conto, um tanto crítico, outro tanto irônico, um cara comum mergulha em um mundo de paranóia, ciência, e conspirações, tentando encontrar a si mesmo dentro de um prisão que ele crê eterna!
Leia a Parte 2 de "Sob o Olhar da Eternidade"
A Xícara
Novamente, novamente e novamente. Todo dia era — quase, havia os quanta — tudo sempre igual. Quando a moça loira (antes havia sido morena, ou um rapaz, ou ainda uma senhora adorável cor de avelã, mas a entrega era sempre a mesma) lhe entregou, escorregando por sobre o balcão, a xícara de porcelana cheia de fumegante e cheiroso café, puro, preto, Milton Steinberg se arrepiou todo, como se fosse a peça de porcelana uma víbora! Então ele olhou em torno, só percebendo naquele instante que estava na cafeteria, a mesma de ontem, de antes de ontem, de todos os dias! Olhou de novo para a xícara, pois logo a superfície do café vibraria, captando, com suas ondulações, a explosão distante, e tudo recomeçaria, de novo e de novo.
— O de sempre, senhor Milton. — Falou a atendente, com seu sorriso claro e sardento, como se o conhecesse há anos, como se fosse ela mesma que lhe entregasse aquela mesma xícara (seria a mesma? Átomo a átomo?) toda manhã.
Sua mão trêmula pegou a xícara por cima, como quem pega um pote de alguma coisa perigosa. Foi neste instante que a jovem atendente viu a pistola na outra mão de Steinberg e foi recuando, dizendo:
— Ai meu Deus, ai meu Deus...
O homem armado arregalou os olhos, fitou a arma em sua outra mão, como se a visse pela primeira vez, embora soubesse claramente como ela tinha ido parar lá. Depois, com um movimento brusco da cabeça, relanceou em volta novamente, esticando a cara para fora da cafeteria, e foi então que ele viu homens uniformizados! Policiais, carcereiros! Encostados em uma viatura, não muito distantes dali, conversando soturnamente. Milton olhou de volta para a atendente, que, acuada, continuava rogando a Deus e a ele por misericórdia. Com um olhar de súplica, Milton apontou a pistola para a jovem, que se encolheu, mas se calou, chorando baixinho. Talvez, pensava o homem, suando e tremendo, mesmo que atirasse nela, ela, no dia seguinte, voltaria, ou talvez a versão idosa dela. Steinberg sentia um nó na garganta, o peito oprimido, talvez tivesse que atirar, o sistema estava ali, em torno dele, novamente, novamente e novamente, cada parte agora eternamente corrupta do sistema impelindo seu dedo no gatilho, talvez para atirar em si mesmo, antes que fosse arrastado e trancado por toda a eternidade em uma cela (onde quer que ficasse, naquele dia eterno, jazeria para sempre). Sem saber o que fazer, ele baixou um pouco o punho armado, percebendo que aquilo era inútil, terrivelmente consciente de que o dia, novamente, novamente e novamente, o levou até aquela xícara, ele chorou, agoniado.
Frente de Onda e Déjà Vu
A vida cotidiana é o veneno que se encarrega de envelhecer e enfim matar as pessoas. Ao menos Milton Steinberg pensava assim, quando, pela terceira vez naquela semana, despertou de mau humor, comeu alguma coisa, se banhou e vestiu, pegou a pasta tiracolo, pendurou no ombro, e saiu para trabalhar, às seis, como de costume. Brasileiro invulgar, não tinha a faculdade comum aos seus compatriotas de rirem no caos, e certamente devia ser julgado extremamente mal por isso, cercado de gente que ria enquanto era tratada como escrava por seus servidores públicos, administradores e pela comunidade economicamente dominante, de um modo geral. Não que Milton não sorrisse. Sorria quando via um azul perfeito no céu, ou algum raro ato de bravura ou bondade na rua. Mas em geral apenas enxergava pessoas fingindo que o que elas estavam fazendo tinha alguma relevância. Não tinha. Filósofo de quinta categoria, Milton sabia que sob o ponto de vista da eternidade, nada era perene, tudo se dissolveria no tempo e no espaço, ninguém seria lembrado por absolutamente nada do que fez, as pessoas mais famosas da mídia ou da história um dia, mesmo que levasse cem mil anos, seriam completamente esquecidas, e nada do que foi feito teria valor em si, a não ser como uma infindável corrente de repetição, nascer, viver, morrer para outros nascerem, viverem e morrerem depois.
Certamente essa linha de raciocínio foi uma das precondições causadoras do que estava por vir. Ela o assaltava vez em quando, especialmente quando seguia para o trabalho na lata de conserva superlotada que as pessoas chamavam de trem, indo de Madureira para o Centro do Rio de Janeiro, e ainda mais especialmente quando seus olhos captavam algo estranhamente fugidio, um dos diversos pequenos eventos repetitivos que preenchem as vidas das pessoas, como por exemplo um lampejo de luz na cúpula de vidro de um templo religioso qualquer, que teimava em fulgir justo nos seus olhos, quando passava por ali de trem.
Naquele dia o evento se repetiu justamente quanto Steinberg matutava sobre sua filosofia barata e desanimadora (ao menos ele pensava assim), sobre o fato incontestável de que um amontoado de gente era enlatada diariamente em um ir e vir de horas, somente para que seus filhos e netos fizessem a mesma coisa, eternamente e indignamente.
Quando o raio de luz o cegou, Milton piscou e imediatamente resmungou e praguejou entre os dentes. Sempre que aquele reflexo, que não dava a mínima para existência do sujeito, lhe cegava, ele pensava que no dia seguinte estaria em outro vagão, e que não se esqueceria de pegar sua condução voltado para o lado contrário de onde vinha o reflexo. E algumas vezes cumpria mesmo o intento, mas em algum momento esquecia, ou fatos como pessoas empesteadas de perfumes, ou com rádios altos, ou mesmo um pedinte que teimava em lhe pedir o dinheiro que não tinha e o encarar de forma rancorosa quando recebia um “não”, todos esses pequenos eventos, comuns, o conduziam, como o dançarino conduz a dançarina, reposicionando-o e girando-o, um pouquinho aqui, outro tanto ali, e zap! O reflexo o pegava de novo, bem nos olhos, o relâmpago cegante! Não acontecendo todos os dias, claro, mas acontecendo muitas vezes ao ano. Como era possível? Haveria algum destino? Não, não conseguia conceber um mundo-prisão onde você só existe nele para compor um quadro já pintado, sem chance de ser outra coisa além daquilo, tão pouco, que era. A bem da verdade Steinberg talvez tivesse mais medo daquela possibilidade do que argumentos razoáveis contra a veracidade dela.
Zap! Imprecações, verborragia murmurada, tinha sido pego novamente, novamente e novamente por aquele flash de luz refletida na cúpula de vidro do templo. E por causa do pedinte, de novo, que por sua vez só entrou no mesmo vagão que ele por conta de ele ter ajudado outra pessoa perdida a achar seu caminho ao parar para dar uma informação e perder seu ônibus das seis e quinze que o levaria até a estação de trem, e, provavelmente ele só teve que parar para dar informação por ter feito um caminho mais longo para se desviar daquela mulher que morava na rua ao lado e que se achava a garota mais bonita do mundo e para o ego da qual ele não queria dar alimento a custa dela perceber que ele a achava mesmo muito bonita, enfim… E foi aqui que o cerne da ideia surgiu… Essas coisas se repetiam, não todos os dias, ele sabia, lia sobre essas coisas, sabia da incerteza quântica e etc, que alguns diziam nada ter haver com o mundo macroscópico em que vivemos, e se restringir ao nível atômico, mas ele duvidava muito disso, as incertezas é que mantinham os dias ligeiramente diferentes uns dos outros, pensava ele. Qualquer dia iria perguntar sobre esta sua teoria ao seu amigo físico, Rubens Castilho Lewroy, o velho Binho Cranião, Lewroy Cabeção, gênio do colégio e que trabalhava agora na Urca, naquele laboratório do governo. Iria sim, perguntar a ele. Um dia.
Desceu do trem, na Central do Brasil, aquele monumento ao fato de que se trabalho dignificasse, aquele lugar naturalmente transpiraria dignidade, e não ruína política e social. Milton evitou uns menores provavelmente embebidos em crack e mal intencionados, driblou um camelô vociferante vendendo guarda-chuvas abertamente e celulares roubados mais discretamente, esquivou-se de motoristas que achavam que, nos sinais de trânsito, os pedestres é que deveriam dar passagem aos carros, e, enfim, descobriu que o ônibus que costumava pegar para o último trecho da viagem já havia partido antes do horário, então ele voltou à Central e, soterrando-se em outro transporte público, caiu no metrô que o esmagou novamente e o regurgitou na estação Carioca, de onde Milton emergiu como quem vê pela primeira vez, depois de décadas de trevas, os raios do Sol. Desanimado, pediu um café na cafeteria da esquina. Dona Glória (estava escrito no crachá dela), a atendente, com sua pele castanha e seu sorriso branco, lhe entregou o café preto e fumegante. O homem sorriu gentilmente para a graciosa senhora, em agradecimento, ajeitou a pasta tiracolo no ombro para poder pegar a xícara, olhou para a xícara, e parou de sorrir.
Sobre a superfície de ébano líquido do café, ondas concêntricas se formaram, mas não no centro da xícara, e sim espalhando-se, da área voltada para Steinberg em direção ao lado oposto, ligeiramente mais distante do peito do homem.
Nada demais, a vibração de um ônibus ou dos trens subterrâneos, se não fosse o fato de que duas outras coisas desconcertantes aconteceram neste mesmo instante: primeiro Milton sentiu sua carne vibrar a partir de suas costas até seu peito, como se o que empurrou a superfície do café tivesse passado por dentro dele próprio; e segundo, Steinberg teve a clara certeza de que tudo aquilo que estava vivendo já havia acontecido antes. Não a sensação vaga de um déjà vu, mas a certeza factual de que tudo estava se repetindo, não a mera e massacrante rotina cotidiana, mas de fato, de verdade, ele estava preso, horrivelmente preso, em um mesmo dia que, com algumas variações, era eternamente o mesmo. Não sabia como sabia daquilo, apenas sabia, como sabia seu próprio nome ou o que era uma xícara.
À volta de Steinberg as pessoas pareciam vagamente incomodadas. Sim, muitas pareciam desconcertadas, ele achava, mas rapidamente voltaram aos seus afazeres. Elas haviam tido um déjà vu, mas Milton havia sido o único, por alguma razão incompreensível para ele, que sabia o fato de aquele ser o único dia que existiria para sempre.
Olhou para trás de si. Ponderou. Sacou o celular para avisar que não iria trabalhar, e logo depois era engolido pelo metrô novamente. Era hora de conversar com o Rubens.
A Navalha de Occam
Milton teve que apelar para o Google Maps, mas finalmente estava de frente para o Centro Brasileiro de Pesquisas Físicas, na Urca.
— Fala Cabeça. — Disse Milton ao celular, da portaria do prédio até modesto, perto de outras instalações dedicadas à ciência mundo afora. Se comparado aos centros de estudos em física de países desenvolvidos, o tamanho do brasileiro era inversamente proporcional à corrupção que assolava o país verde e amarelo de Steinberg. Ainda assim era um prédio, com direito a portaria e guarda dizendo que você só entra se um dos doutores liberar.
— Milton? Cara, que maneiro! Milton Iceberg, o jogador de Tetris mais frio e calculista do Universo! — Respondeu pelo celular o Mestre em Física Aplicada Rubens Castilho Lewroy. — Cara, você e sua intuição para padrões me fizeram seguir carreira científica, sabia? Como está, cara? Deve fazer um ano que não te vejo, e você raramente aparece no Face.
— Estou aqui em frente ao prédio onde você trabalha, Rubens, e preciso muito falar contigo, agora.
— Que voz é essa, rapaz? Ok, ok, vai pra portaria…
— Tô nela, Cabeça.
— ...Então espera que vou ligar te liberando, e o guarda vai te indicar como chegar na minha sala.
— Fala sério, Iceberg! Só você mesmo para tentar me pregar uma peça no meu trabalho! Um dia eterno que varia por causa dos quanta? Isso é, no mínimo, contraditório!
O Doutor Lewroy havia convidado o amigo para um café. Estavam ambos sentados na sala do físico, um em cada ponta de um sofá que ficava em um canto do cômodo, abaixo de uma janela. Lewroy a havia posto lá para poder ler com a luz do dia. Gostava de ler artigos, teses, textos científicos e quadrinhos naquele velho e confortável sofá de quatro lugares. Automaticamente Castilho foi se sentar onde estava acostumado a ficar, no canto longe da porta de entrada do escritório, e seu amigo ansioso ficou na ponta logo ao lado desta porta.
— Rubens. É sério. — Retrucou Steinberg. — Alguma coisa aconteceu… Acontece, toda a manhã, que faz o dia ser o mesmo!
O físico ficou olhando o amigo por um momento, muito sério. Então riu e disse:
— Prova.
— Eu… Não sei como provar.
— Então, cara, isso é coisa da tua cabeça. Fim.
— Não! — Disse Milton erguendo a mão espalmada. — Eu sei, como sei que esta aqui é minha mão. Eu vim falar contigo justamente para você, que sempre foi o mais genial, me dizer o que é isso.
— Alguma falha cognitiva, Iceberg. — e Rubens escancarou seu sorriso mais carioca — O teu cérebro encasquetou em fixar um circuito neuronal que fica dizendo o tempo todo para você que está no mesmo dia. Algo haver com a parte do teu cérebro que lida com o tempo.
— Faz sentido, mas… — E sem se dar conta, automaticamente, Milton ergueu o braço e abriu a porta ao lado. Uma mulher, jovem, estava parada logo em frente à porta, a mão se recolhendo lentamente, era perceptível que ela ia bater quando a porta se abriu, o que a surpreendeu um pouco.
— Oi, Alice. O pendrive com os cálculos está ali, na mesa. — o físico foi falando para a moça. — Milton, esta é a Doutora Alice Moretti.
— Olá, Doutora. Você vem aqui diariamente pegar cálculos ou coisa assim com esse cara, não é?
A moça, séria, olhou de um homem para o outro, e enfim respondeu:
— Sim. Quem é o senhor?
— Desculpe. Sou Milton Steinberg, amigo de infância do Doutor Rubens. — E, voltando-se para o outro homem, Milton foi dizendo: — Eu sabia. Eu sabia que ela estava na porta, pois eu sei que o dia está se repetindo!
— O quê?
— Ele acha que o Universo está preso num loop temporal, Doutora. Olha, Ice… Steinberg, meu amigo, Alice vem sim pegar diariamente resultados de cálculos comigo, e certamente, cara, você a ouviu, mesmo que no limitar da sua audição, chegando na porta que estava bem ao seu lado...
— Você está afirmando — Disse a moça — Que este cara, do nada, veio aqui falar contigo sobre um looping de tempo, desses de filmes da sessão da tarde na TV?
— Eu vim tentar entender o por que de eu saber, com a mais absoluta certeza, que estou vivendo… Nós todos estamos vivendo um mesmo e único dia, num ciclo sem fim.
— Às vezes as coisas se repetem, mas… — Principiou Alice, no entanto seu colega Rubens foi emendando:
— Ele argumenta que as diferenças são por conta do Princípio da Incerteza. — E, mediante um olhar atônito da mulher, o Doutor Castilho deu de ombros.
— E o senhor é formado em quê? — Quis saber a mulher.
— Tetris. — Brincou Milton, com um sorriso desanimado, e já imaginando que foi perda de tempo ir até ali. Alice, por sua vez, finalmente sorriu, e disse:
— Duvido que jogue melhor que eu. Mas tudo bem, se o senhor tem algum dado que prove sua percepção, vamos achá-lo. Se não, vamos encontrar o argumento lógico que te faça compreender que o problema está em seu cérebro, e não no Universo.
E, com certa graça, rara naqueles dias, a moça se sentou no canto do sofá em que Rubens costumava se sentar. Ambos os homens, claro, haviam se levantado quando ela entrou. E ambos os homens se sentaram logo que ela se sentou, Milton no meio e Rubens na outra ponta.
— Alice?
— Doutor Rubens. — Disse Alice, calmamente, em resposta ao colega. — Seu amigo está, obviamente, angustiado com o que está sentindo. Não temos nenhum compromisso urgente agora. A bem da verdade nem os nossos governantes e empregadores entendem a ciência como algo urgente neste país, então porque não ajudar seu amigo? Muitas vezes quando estamos assim, um simples papo já nos tira do fundo do poço.
— Obrigado, Alice. Posso chamar você de Alice? — Quis saber Steinberg, em um tom educado.
— Sem problemas, Milton. Agora vamos lá, se você não tem formação física, preciso te perguntar se entende os conceitos básicos envolvidos. Você entende?
— Gosto de ler um pouco de tudo, com certeza eu não sei tudo que deveria saber. Mas sei o que sei. Só vamos ter este dia, para sempre. — Respondeu Steinberg, quase soltando um suspiro desalentado no final.
— Obrigada por responder, Milton. Eu fiquei preocupada, sinceramente, que você achasse que era algum tipo de arrogância minha perguntar sobre o que sabe e o que deixa de saber, mas é preciso. Você está familiarizado e compreende o conceito de espaço-tempo?
— Sim. Einstein comprovou matematicamente que é mais produtivo pensar que espaço e tempo são a mesma coisa, e até hoje todos os experimentos indicam que ele deve ter razão. É isso?
— Em linhas gerais, sim. Então você diz que o espaço-tempo está curvo?
— Não tenho como afirmar, mas creio que sim, se espaço e tempo são a mesma coisa, então se o tempo se repete, o espaço tem que se curvar também, em círculo, acho.
— Mas, veja, Milton, você afirma que estamos em looping, ou, nas suas palavras, em um dia que se repete eternamente, daí o espaço-tempo tem que ter agora a forma de um círculo, sim, ou em outros termos, a forma de um toro. Feito um pneu, entende? Me acompanha? Ótimo. Então, com esse espaço-tempo em forma de toro, partimos de um ponto qualquer na superfície desse anel volumoso, e chegamos sempre a este mesmo ponto, podemos rodar pela superfície do anel mil vezes, mas sempre paramos no mesmo instante…
— A xícara! Eu sei, toda a manhã a Glória me passa o café preto, por cima do balcão, e é ali que eu atinjo o ponto em que comecei a rodar pelo anel de espaço-tempo.
Alice e Rubens se entreolham, ele com expressão de quem vê algo cair e se quebrar, ela com o rosto impassível. Milton, então, em um resumo breve, mas sem deixar nada importante de fora (exceção feita à tal garota, sua vizinha, que se achava linda, e que de fato era. Desta, Steinberg não falou nada) sobre seu dia eterno, que, hoje ele notou novamente, começava quando ele era transpassado por uma misteriosa força que gerava ondas no seu café preto.
— Interessante, Milton. — Alice falou, sorrindo mais uma vez. — Mas voltando ao ponto, se estamos presos em um anel de espaço-tempo, dia após dia fazendo as mesmas coisas, com pequenas variações por conta de flutuações quânticas, então no que isso difere de um dia normal em nossa atual cultura baseada em capital e trabalho?
Steinberg ficou olhando desconsoladamente para ela, sem saber, assim de súbito, o que responder. A cientista, então, prosseguiu:
— Pode-se dizer que nós sejamos privilegiados, eu e o Doutor Rubens aqui, pois fazemos algo que gostamos, e possuímos o status de pertencermos a uma elite intelectual. Mas em termos gerais, sofremos tanto quanto outros proletariados, que trabalham por um salário, as mesmas mazelas de nossa cultura, nossos dias são infindáveis repetições onde trocamos o tempo de nossas vidas por salários, para que os donos do dinheiro possam usar este tempo para viverem com a liberdade que não temos.
— Onde está o argumento físico?… — Foi perguntando Rubens, ao que Alice o olhou, séria, e ele se calou, para que ela continuasse:
— A percepção, consciente ou não, de que nossas vidas carecem de uma liberdade que, talvez, desse sentido à nossa existência, é uma fonte de tremendo estresse. Sabemos que enquanto uma elite pode usufruir a vida, o belo, e ter tempo para filosofar e de fato usar a mente, sem amarras, para sondar o mundo, nós temos que estar no trabalho das nove até a hora que a chefia achar conveniente. E, depois de uns anos disso, morremos sem deixar vestígio. Isso, se não for disfarçado com botequins, cerveja, futebol, telenovelas, jogatinas, cigarros ou outros escapes mentais, é de enlouquecer qualquer pessoa insensata o suficiente para ficar pensando sobre isso.
A mulher se inclinou ligeiramente para frente e pousou a mão sobre a de Steinberg, como quem o compreende e deseja confortá-lo.
— É isso que está te esmagando, caro Milton, a ponto de sua mente buscar desesperadamente um saída. Sua tese até tem um certo sentido, mas se há flutuação quântica, então, na prática, — ela se inclinou um pouco mais, olhando Milton bem nos olhos. Não chegava a ser uma cena de beijo, mas Steinberg estava pondo em dúvida se a sua vizinha era mesmo a mulher mais atraente que ele conhecia, quando a Doutora Alice completou: — tanto faz.
Ela ficou encarando o homem por mais um momento, tempo o suficiente para ele perceber linhas sutis em torno dos olhos dela, que denotavam ser a mulher mais madura do que ele pensou, à princípio. Então sua vizinha perdeu, em definitivo, o posto. Ainda assim Steinberg não era do tipo que se deixava abater tão fácil por charme e inteligência, e retrucou:
— Isso não quer dizer que eu não esteja certo.
— Navalha de Occam? Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem. Conhece?
— Sim. — Respondeu, em tom conformado, o homem. — Quer dizer, não, não em latim, mas sei o que é. A explicação para os fenômenos será sempre a mais simples.
— Muito bem. E o que é mais simples? Uma força misteriosa que faz o tempo se comportar exatamente como ele se comporta normalmente, ou sua mente, desgastada pelo estresse urbano e social, lhe pregando peças?
Milton Steinberg não sabia se sentia alívio ou não. Mas depois de trocar mais algumas palavras, inclusive de agradecimento, sem falar em e-mails e perfis em redes sociais, o jogador de Tetris apertou as mãos de ambos os doutores, e foi saindo. Enquanto esperava, solitário, um elevador, matutava sobre tudo aquilo.
Será que Occam estava certo sempre? E será que tanto fazia mesmo a forma como o espaço-tempo se comportava? A luz, indicadora de que o elevador acabara de chegar, se acendeu, mas o elevador desceu sozinho. Milton lembrou de seu raio de luz, que refletia em seus olhos quase diariamente, e pensou em medí-lo, se a intensidade fosse exatamente a mesma, não importando a hora da manhã em que ele o cegava, então, metaforicamente, era como se o elevador estivesse mesmo preso entre o térreo e o segundo andar.
Parou em frente a porta do escritório do Lewroy Cabeção e ergueu a mão para bater, quando percebeu que aquele era o momento padrão em que, nas histórias de cinema, ele ouviria algum segredo dos amigos que ainda estavam ali. Apurou os ouvidos e fez cara de divertido muxoxo ao escutar Rubens cochichando um deboche sobre ele: “flutuações quânticas, veja só o nosso campeão de videogames”.
Mas Steinberg fechou a cara quando ouviu a voz de Alice responder, em inglês e no mesmo tom baixo: “are not quanta, waves propagate in four dimensions, and more”.
Um momento depois a porta era aberta por dentro, por Alice, que saía, muito séria, mas Milton já havia ido embora.
Continua na próxima semana, não perca...
Leia a Parte 2 de "Sob o Olhar da Eternidade"
Agora é sua vez! Influencie no desenrolar desta história, deixe seu comentário aqui embaixo (onde está escrito "Comente, participe"), dizendo se você acha que Milton é louco, ou está mesmo preso em um mesmo dia:
Blog del Espacio Numero 10 ''''''''''''''''''''''''''
La ruta del dinero, la energía que mueve en nuestro hacer diario, definitivamente existió un punto que quebró la autosuficiencia y la conformidad humana. El intercambio y su naturaleza, y el modo en que el dinero transformó nuestra naturaleza. Dinero-Bit, Bit-Coins, y cripto-monedas, como la información, el tiempo y la cibernética están dispuestos a cambiar esa naturaleza.
NATURALEZA DEL INTERCAMBIO LA ENERGÍA DINERO Y PORQUE SOMOS MENOS AUTOSUFICIENTES
DINERO-BIT LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS DISPUESTAS A CAMBIAR EL MARCO ECONOMICO DEL MUNDO
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_vol10__online_
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Blog del Espacio Numero 9 ''''''''''''''''''''''''''
Si en el número anterior se llevó al lector a un paseo por su propio planeta desde sus distintos planos, porqué no hacerlo con el segundo planeta humano. ¡No diga que no lo sabía!, Marte puede ser precisamente el segundo plan-planeta, los gobiernos del mundo desean colonizarlo e incluso convertirlo en algo similar a lo que ya tenemos. ¿Y si hay vida? - eso puede retrasar la conquista, digamos es necesario decir que no existe vida, del mismo modo en que el indio no poseía alma para los conquistadores del nuevo mundo anterior. Ahora, ¡No diga que no lo sabía!, si la Ciencia Ficción lo viene esbozando incluso antes de que cualquier robot haya pisado Marte.
LA VIDA EN MARTE PARA LA CIENCIA: BASES EXPERIMENTALES, REALITY SHOW Y TERRAFORMAR EL DESÉRTICO PLANETA MARCIANO
LA VIDA EN MARTE PARA LA CIENCIA FICCION: LAS COLONIAS EN MARTE NO ES UNA NOVEDAD. LITERATURA PREDICTIVA Y VOLVER A TROPEZAR CON LA MISMA TIERRA
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_vol9__online_ https://www.scribd.com/doc/289037165/Blog-del-Espacio-zine-Num9
Blog del Espacio Numero 8 ''''''''''''''''''''''''''
Este es el comienzo de un viaje por el mundo que vivimos, desde su concepción atávica de Madre naturaleza como un dios que ordena la relación de los seres vivos, pasando por el interior metálico de la tierra, la idea popular de la tierra hueca como un 'mundo paralelo' desconocido y finalmente se eyecta a la estratosfera para observar el mundo por fuera, desde el espacio y en relación con la galaxia circundante. El punto central sigue siendo los nuevos conceptos en base a los últimos descubrimientos que muestran un planeta menos esférico, más desvariado, impreciso y cambiante.
PLANETA INTERIOR LA TIERRA DESDE SU INMENSA PROFUNDIDAD
PLANETA EXTERIOR LA TIERRA EN RELACION CON LA GALAXIA
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https://www.scribd.com/doc/289036255/Blog-del-Espacio-zine-Num8
Blog del Espacio Numero 7 ''''''''''''''''''''''''' Textos, la herramienta predilecta del hombre para cargar información. La cantidad indiscriminada de veces que las bibliotecas fueron atacadas para arrasar culturas enteras. Pero existe un peligro mayor que quemar todos los libros de una biblioteca. Esto es, prohibir e imposibilitar su copia. Se acerca otra quema, tal vez digital, esté atento. El secreto y las enseñanzas en círculos cerrados constituyen también una protección. En este número se advierte que la historia ya nos enseño lo ridícula que es la censura. Solo constituye una pérdida de memoria muy temporal. Se incluye una lista de libros prohibidos por la dictadura militar argentina en el 76.
INFORMACION, SECRETO Y CENSURA COPIAS Y MULTIPLICACIÓN DE INFORMACION, TRASPASOS IDEOLÓGICOS Y EL SECRETO COMO MEDIO DE INTEGRIDAD
QUEMA DE BIBLIOTECAS LA CENSURA AL LIBRO, EL BORRADO COMPLETO DE LAS IDEAS Y LA LITERATURA SUPERVIVIENTE
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_vol7__online_
Blog del Espacio zine Num7 (Online)
Blog del Espacio Numero 6 ''''''''''''''''''''''''' De que trata un invento, si no es una llave de la lógica humana para compartir con otros, las posibilidades de mejores resultados. En vez de eso parece que el mundo se convirtió en un intercambio de regalías y patentamientos en pos del consumo, la venta y el adueñamiento de ideas. ¿No hubo ya un invento que cambió la cultura social del mundo? El televisor. Como pantalla que da imagen, pero también como espejo que refleja. ¿Estaremos repitiendo la misma historia de la inventiva? El televisor se había transformado en una herramienta de control, un arma para influenciar mentes. ¿Pasará lo mismo con cada medio masivo que inventemos?
INVENTOS FUERA DE TIEMPO ANSIAS DE COMUNICACIÓN DESDE TIEMPOS REMOTOS. INVENTOS OPACADOS POR PERSONAJES POPULARES Y PATENTES NO REGISTRADAS.
TELEVISIÓN: INICIADA POR UN RUMOR, LA INVENCIÓN DE LA TV NO ES MÁS QUE LA EXTENSIÓN DE UN ANTIGUO PODER: ‘EL ESPEJO’
MEDIOS MASIVOS DE CONTROL ¿INVENTAMOS PARA CONTROLAR A OTROS?
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_vol6__online_
https://www.scribd.com/doc/289035949/Blog-del-Espacio-zine-Num6
Blog del Espacio Numero 5 ''''''''''''''''''''''''' El cielo nocturno y la manifestación de la galaxia es una fuente de información gigante utilizada desde la antigüedad. Cuando llega nueva información, nebulosas, súper novas, objetos extraños o meteóricos que hacen apariciones repentinas en el cielo y estos son vistos, recordados y grabados por el mundo entero, sin dudas se alcanzan nuevos saberes naturales. Ni imaginar aún, cuando estos tocan el suelo terrestre, crean relatos además de su relación con el hombre y significan, oportunidades elementales como objetos instrumento. Al concluir, podemos hacernos una idea cercana, de lo abarcativo pero preciso que puede ser el concepto extra-terrestre y como lo externo a nuestra tierra convivió desde siempre entre nosotros, como cosas de la tierra.
ESTRELLAS INVITADAS APARECIERON SUSPENDIDAS DURANTE AÑOS Y LUEGO DESAPARECIERON. EXPLOSIONES EN LA LUNA Y LA CREACIÓN DE NEBULOSAS TIENEN TESTIGOS ESCRITOS.
VISITANTES EXTRAÑOS CUANDO UN OBJETO EXTERIOR ALCANZA NUESTRA TIERRA. INFORMACIÓN QUE SE VUELVE DESCARGABLE.
EXTRA-TERRESTRES LA MARCA CULTURAL, GEOGRÁFICA Y FÍSICA QUE DEJA UN ATERRIZAJE. EL AVANCE TECNOLÓGICO Y LOS RECURSOS QUE REGALA
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_vol5__online_
https://www.scribd.com/doc/289035803/Blog-del-Espacio-zine-Num5
Blog del Espacio Numero 4 ''''''''''''''''''''''''''
Los cambios paradigmáticos que abrieron el estudio y la búsqueda continuada de la arqueología y la antropología, sobre todo en territorio americano, llaman desde la prehistoria al humano, a ese hombre que en vez de mono, es más hombre de lo que creíamos y comienza a mostrar que incluso sabe más, de lo que en verdad carece y la inteligencia empieza a aparecer millones de años más atrás que los modelos convencionales. Así la brecha que dividía al Neandertal con el Sapiens se unió en una alianza ejemplar, en vez de una extinción de 'que gane el mas fuerte'.
PREHISTORIA RACIONAL INTELIGENCIA PREMATURA A LAS LINEAS DE TIEMPO CONVENCIONALES. RELIGIÓN, TECNOLOGIA, CULTURA, ¿QUE NOS DIFERENCIA DEL HOMBRE MONO REALMENTE?
NEANDERTAL SAPIENS LAS EXPANSIONES INTELECTUALES EN EPOCAS DE CRISIS PREHISTORICA HOMBRES DE NEANDERTHAL Y LA LLEGADA DEL HOMO SAPIENS RELACIONES SOCIALES, INTERCAMBIOS CULTURALES Ó CREERNOS EL RELATO DE QUE SIEMPRE DOMINA EL MAS FUERTE
EL NUEVO VIEJO MUNDO
LA ANTIGUEDAD DE AMÉRICA COMO DESAFÍO A LA HISTORIA OCCIDENTAL LOS DOS EXTREMOS CONTINENTES UNIDOS POR EL CONTACTO DE LAS CULTURAS PRE-COLOMBINAS.
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_vol4_online
https://www.scribd.com/doc/289035562/Blog-del-Espacio-zine-Num4
Blog del Espacio Numero 3 '''''''''''''''''''''''''' Siguiendo esta misma línea cuántica, como la partícula podría servir al hombre y la forma en que cada salto tecnológico presupone una regresión a forzar una vida por sobre la otra. En este caso la vida del átomo. El resultado directo, una mejor robotización (hombre 2.0) Así como este, existen otros modelos informáticos (entendido como la forma de almacenar, copiar y dirigir información) que incluyen componentes biológicos, y también modos de pensar y calcular la información basándose en la naturaleza. Estos modelos: computación natural y la naturaleza de la computación no son nada nuevos y nacieron contemporáneamente a los modelos binarios que nacieron con la computación, incluso ideados por las mismas mentes que armaron la estructura matemática que manejan a las computadoras de hoy, pero fueron descartadas porque el tiempo no supo comprenderlas.
EXPLOTACION TECNOLOGICA DESDE LA FUERZA ANIMAL, HASTA LA ROBOTICA, LAS HERRAMIENTAS HUMANAS COMO RESULTADO DEL DOMINIO A LA FUERZA. LOS NANO-RECURSOS EXPLOTADOS Y LA CONQUISTA DE OTRAS DIMENSIONES.
COMPUTACION NATURAL LA COMPUTACIÓN Y SU RELACIÓN CON LA NATURALEZA. SISTEMAS BIOLOGICOS ¿COMO VEN EL MUNDO LAS MÁQUINAS?. NUEVAS FORMAS DE CÓMPUTO Y SISTEMAS DE FUNCIONAMIENTO ALTERNATIVO.
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_vol3__online_
https://www.scribd.com/doc/289034462/Blog-del-Espacio-zine-Num3
Blog del Espacio Numero 2 '''''''''''''''''''''''' Física Cuántica, energía sutil, partículas diminutas que desafían nuestros propios conceptos de tiempo y espacio, sirven como imagen/cultura etérica de los modelos que harán nuestra técnica y lógicas mas comunes en el futuro.
DESAFÍO AL TIEMPO/ ESPACIO -------------------------- QUÉ NOS CUENTAN ACERCA DE LAS DIMENSIONES QUE NO CONOCEMOS.
PARTíCULAS FANTASMAS --------------------- ENERGÍA SUTIL ATRAVIESA EL ESPACIO Y PERMANECE ENTRELAZADA EN EL TIEMPO ASI SE CONSTRUYEN LOS NUEVOS MODELOS LÓGICOS
http://issuu.com/tanomontini/docs/magazine_2_online
https://www.scribd.com/doc/289020756/Blog-del-Espacio-Zine-Num-2
Blog del Espacio Número 1 (Agotada) ''''''''''''''''''''''''''''''''''' Es la mejor introducción al volumen completo. El número 1 es la experiencia que abre, pero también cierra el concepto general de la revista entera. En principio toca temas filosóficos sobre la poesía vs la ciencia, y sobre la racionalidad vs la imaginación, desde un enfoque que compara las similitudes en sus críticas en vez de lo opuesto. Por último sigue por los hechos ocurridos pre-2012 en el Cyber mundo de internet y una silenciosa, pero precisa guerra cibernética civil ocurrida, cuando los gobiernos del mundo (EEUU - Europa) intentaron poner restricciones, controles e incluso penas en favor de la propiedad intelectual, pero no siendo más que un telón que cubre los planes perversos de espiar, censurar y perseguir al mundo a través de internet. Para evitar este futuro desenlace, la autonomía en la web, como usuario consumidor, es volverse además productor y abogar por ideas y técnicas del 'Hazlo Tu Mismo' para buscar cierta independencia tecnológica.
http://issuu.com/tanomontini/docs/blog_del_espacio_num_1__online_
https://www.scribd.com/doc/289032451/Blog-Del-Espacio-zine-Num-1